Los científicos sociales hablan de
“invierno demográfico” para referirse al envejecimiento de la población, que ha
entrado en una fase muy preocupante en muchos países europeos. Las pirámides de
población llevan ya demasiados años en fase de inversión (es decir, cada vez
más población anciana y menos niños y jóvenes por el descenso de la natalidad),
hasta el punto de que en algunos foros ya se habla incluso de “suicidio
demográfico”.
Este es el panorama, digamos, a nivel
global. Pero si descendemos a los detalles y las consecuencias del fenómeno en
nuestros entornos más próximos, este envejecimiento -añadido a los flujos
migratorios y a los desequilibrios económicos de las comarcas rurales- han sido
la causa de la desaparición de más de 900 pueblos en España en los últimos
veinte años: esto sí que es un suicidio demográfico y social en toda regla
porque no solo los pueblos se quedan sin habitantes, sino que desaparecen para
siempre estilos de vida, cultivos, aprovechamientos y paisajes.
El incremento del
número de hectáreas calcinadas por los incendios en los últimos tiempos no solo
debe achacarse al calentamiento global. El abandono de los montes por
propietarios que emigraron o sencillamente se desentendieron por falta de
rentabilidad es la causa de muchos de estos desastres ecológicos, en los que se
ha demostrado que no basta con potenciar los efectivos públicos para luchar
contra el fuego. Con una gestión racional del territorio no harían falta tantos
bomberos. Y este es el enfoque que en Extremadura quiere implantar el Proyecto
Mosaico desde la Junta y la Universidad,
que resume este bello párrafo en su información: “El
invierno demográfico es un grave problema de estado, que exige medidas
estructurales serias, creatividad y un enfoque cultural que recupere grandes
necesidades humanas olvidadas o disminuidas; la importancia del pastoreo, las
cualidades de la vida campestre, la virtud del esfuerzo, las estéticas de lo
fértil y la bendición de los hijos, el sentido de aprecio por la tierra y por
el trabajo que se hereda y se dona a las siguientes generaciones”.
Ese enfoque cultural ha estado ausente hasta la fecha. Yo estoy convencido
de que la sociedad es muy receptiva a la recuperación del medio rural, pero no
han existido tradicionalmente herramientas ni ayudas para ello, y todo ha
quedado al albur de la iniciativa particular de algún alcalde capacitado para
mover a la participación ciudadana (como es el caso, por ejemplo, de la pequeña
localidad cacereña de Pescueza). Que exista un entramado social dirigido por
expertos que estimule, asesore y afiance iniciativas viables es una bendición.
Que se disponga de personal que lleve a cabo sesiones informativas sirviendo de
puente con las instituciones, que elimine la burocracia y gestione redes de
trabajo con delegaciones comarcales era algo impensable. Han aparecido ya
interesantes proyectos en las comarcas de Gata-Hurdes para “construir paisajes”
y fijar población al medio rural: el proyecto “vivir en Acebo” está recibiendo
propuestas desde decenas de países. Por ahí es por donde se debe caminar. Menos
pasividad subsidiada y más emprendimiento como una ansiada esperanza para nuestros
pueblos.
No existe una mentalidad natalista.Y una mentalidad natalista no es como encargar una pizza de cuatro quesos sin tomate con orégano.Se necesita cambiar muchas cosas para que España tenga la mentalidad natalista que sí tenían,sin ir más allá,nuestros sacrificados abuelos.Debemos asumir eso y ya está el lío formado porque...quién [especialmente las mujeres] quiere volver a eso??.
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