lunes, 17 de enero de 2022

En marcha campamento


  

     Tenía preparado un texto reivindicativo en defensa de las instalaciones del  campamento “Carlos V”, en el Valle del Jerte, que la Junta de Extremadura iba a dejar de gestionar, pero un desmentido oficial parece arrojar esperanzas de continuidad.

   No obstante, ahí van mis reflexiones,  que más bien constituyen una llamada al recuerdo colectivo de varias generaciones, ya que este campamento juvenil existió mucho antes de surgir la Junta de Extremadura, que lo “heredó” de épocas pasadas.

   Precisamente esta noche he soñado con todo ello. Dicen que los episodios oníricos vividos con inusual realismo denotan un arraigo especial en nuestro subconsciente de esos hechos, por haber tenido una transcendencia importante en algún momento de la existencia.



Y así debe ser en mi caso, porque he percibido de nuevo el claro aroma del poleo ribereño y de la hierba que se despierta todavía húmeda en las frescas mañanas de julio, en un lugar donde se desparraman las montañas de Gredos hasta las mismas riberas del Jerte: ese campamento Emperador Carlos V, donde inicié como “flecha” un amplio periplo campamental hasta el final de la adolescencia.

   Ha venido de nuevo a mis oídos el aullido de los últimos lobos que aún habitaban hace cincuenta años en aquellos escarpes y que escuchábamos en un silencio receloso bajo la liviana protección de una tienda de lona. Y el despertar violento que siempre llegaba demasiado pronto acompañado por los sones paramilitares de “en marcha campamento que el día va a empezar…”, que desde la megafonía se expandían por la sierra en ecos intrusos que amenazaban con despertar a toda la comarca.  Esta noche he vuelto a ver nítidamente las caras absolutamente olvidadas de aquellos compañeros de otros pueblos con los que establecí las primeras amistades ajenas al entorno del colegio y con los que suelen estrecharse esos frustrantes lazos tan ilusionantes como efímeros: un mes de intensa camaradería y una vida entera de olvido que se inicia al pie del autobús el día de la partida. He vuelto a trajinar aceleradamente tratando de dejar mi petate bien cuadrado y centrado antes del inicio de la temida revista…



La Organización Juvenil Española (OJE),  dejando a un lado las semillas tardofalangistas que trataban de inculcar, ya con escaso arraigo, eran marchas alucinantes serpenteando entre vegetaciones abruptas que nos hacían sentir como pequeños exploradores hasta descubrir, por ejemplo, las pozas inverosímiles de la Garganta del Infierno  donde remojar la irrepetible y llevadera fatiga de los doce años. Aquellos fuegos de campamento, que iluminaban la noche del Valle con parodias y teatros atrevidos, nos hicieron vencer por fin  las vergüenzas pegajosas del regazo familiar. Y, cómo no, canciones; canciones para las marchas, para los actos solemnes, para el autobús: “guarda tus penas en el fondo del morral y ríe ya…” he vuelto a tararear entre sueños.  El ideario, a aquella edad,  era lo de menos. En el campamento “Emperador Carlos” muchos aprendimos a convivir sanamente en grupo y amar la Naturaleza surcando valles y montañas hasta las edades preseniles que ya nos acechan. 

Foto 2: José Luis Bravo.

 

 

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