jueves, 13 de enero de 2022

Fe de erratas

 

     Si recuerdan, en los libros publicados hace algunas décadas solía venir una hoja con un glosario de errores advertidos después de haber pasado por la imprenta, fruto de descuidos de los tipógrafos o cajistas, con frecuencia aprendices. Incluso con las linotipias y la impresión offset fueron también habituales estos errores en libros y periódicos hasta la aparición de los modernos correctores ortográficos informáticos, que han venido a sustituir al corrector de textos de carne y hueso con el que contaban algunas empresas editoriales.

 Las anécdotas de erratas son innumerables. Pablo Neruda contaba aquel poema donde el autor había escrito “Yo siento un fuego atroz que me devora”, siendo impreso por “Yo siento un fuego atrás que me devora”. Les relataba hace años en una de mis columnas que, en la contestación a la carta de reclamación de una clienta, me despedí poniendo “un salido”, en lugar de “un saludo”. Pero siempre han existido otras erratas, no debidas a deslices tipográficos, y en medios escritos más difíciles de arreglar. Por ejemplo, en la fachada trasera del palacio episcopal de Cáceres se trasladó una portada procedente del antiguo seminario de San Pedro, donde los albañiles, al colocar los sillares del friso trabucaron una “C” por una “G”, y todavía puede leerse hoy “Don García de Calarza, obispo de Goria”. Otros errores no son debidos a la incultura, sino a una abierta incompetencia. Los nuevos chalecos de la policía local de Málaga una vez se estrenaron con la inscripción “Polícia”, con el acento cambiado y así estuvieron hasta que la empresa proveedora los sustituyó. 


Finalmente, otros adefesios de inscripciones radican sencillamente en las consecuencias de haber eliminado prácticamente del currículo educativo el latín, que antes estudiábamos hasta los que después iríamos por “ciencias”. Vean: el Diario HOY contaba hace poco (con fotografía) que, en la nueva estación ferroviaria de Plasencia, queriendo exponer el lema del escudo de la ciudad “Ut placeat Deo et hominibus” (para agradar a Dios y a los hombres), se ha puesto en letras metálicas “ut place et deo at homini bus”, expresión sin sentido latino, pero de la que me he tomado la molestia de ir a un traductor latín-español con el siguiente resultado: “para colocar tanto a Dios como al hombre en el autobús”. Recomendaría al “ingeniero” resposable de la supervisión de ese rótulo leer el artículo de Arturo Pérez Reverte titulado “Más latín y menos imbéciles” publicado hace algún tiempo en XL Semanal, donde a su vez contaba la conocida anécdota de las Cortes franquistas: “¿para qué sirve ya el latín? -preguntó el ministro Solís Ruiz, natural de Cabra (Córdoba)-, a lo que respondió el diputado Adolfo Muñoz, catedrático de Filosofía: sirve para que a ustedes, los de Cabra, se les llame egabrenses, y no otra cosa”.

    Los que piensan que saber quién fue Homero o Virgilio no hace avanzar especialmente al mundo se equivocan. Conocer mejor las bases humanísticas de nuestra cultura nos ayudaría a no caer en esa auténtica globalización de la incultura que se ha instalado en todos los ámbitos de la vida.

No hay comentarios :

Publicar un comentario