jueves, 28 de enero de 2016

Acoso escolar



     
  Es de esperar que en nuestros respectivos ámbitos de pareja exista una armonía aceptable y veamos como algo ajeno y extremo  esa dinámica de violencia de género que desemboca en un crimen; pero debe hacernos pensar seriamente la espeluznante figura del suicidio de un niño, porque por el colegio hemos pasado todos y seguro que recordamos haber visto –incluso experimentado- situaciones de vejación, hostigamiento o violencia manifiesta sobre algún compañero o compañera, que invariablemente era tachada en los ámbitos de los adultos como “cosas de críos”. Quizá el caso más leve sea la clásica pelea aislada, pasando desapercibidos otros contextos más duraderos y peligrosos que conducen a la víctima al aislamiento social, a la anulación emocional y a la tortura psicológica que supone enfrentarse diariamente al entorno nocivo: aquí es donde se fraguan los casos más graves de ideas de evasión  que puede desembocar en el suicidio.

   ¿Qué es lo que falla para que esto suceda? A mi modo de ver, siendo este tipo de acoso algo que perdura en el tiempo y que tiene lugar en el ámbito escolar, los maestros y profesores deberían saber discernir cuándo se está ante algo distinto a una mera trifulca juvenil (aunque no medie denuncia), pero lo normal es que en la formación recibida para la docencia no se contemple un adiestramiento específico en cuestiones de intermediación en situaciones conflictivas y no se conozcan  protocolos de actuación. Existen además batallas casi perdidas cuando nos enfrentamos a factores socioculturales, como la educación autoritaria que los jóvenes reciben en casa y las influencias de los medios de comunicación (escasamente autorregulados en contenidos y horarios).
Y a esto podríamos añadir todavía algo más: si le compramos a un niño un teléfono  móvil por su primera comunión y no ejercemos un control sobre su uso y participación en redes sociales, estaremos brindando la oportunidad de que el acoso trascienda de las paredes del colegio y se convierta en ciberacoso permanente dentro y fuera de la escuela.

     Es un hecho incuestionable que la prevalencia de casos graves de bullying ha aumentado desde que están más potenciados los modelos violentos (programas de TV, videojuegos…). Hace una generación esto se limitaba casi a los tebeos del Capitán Trueno, y tampoco había más posibilidad de mortificar y aislar socialmente a la víctima, al no existir redes sociales o grupos de WhatsApp. Pensemos en esto. Nunca se puede justificar la muerte de un joven como daño colateral del avance tecnológico.


     Para la sociedad, no hay mayor muestra de fracaso que conocer el contenido de una carta donde un niño se despide antes de suicidarse. Esto es algo absolutamente grotesco porque  siempre se pudo evitar algo tan terrible actuando a tiempo. Para la violencia de género se está llegando a altas cotas de sensibilización que indudablemente ayudan a la prevención de casos graves (lamentablemente demasiado frecuentes). Esto falta todavía cuando hablamos de acoso escolar, y se dista mucho de abandonar la simplista y desentendida cantinela de “cosas de críos”.

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