Parecía que la globalización era un fenómeno deseable que al fin rompía fronteras para extender el progreso por todo el orbe, pero de momento solo hemos visto que se globalicen los aspectos negativos: las epidemias, las mafias, los virus informáticos, los conflictos bélicos y las crisis económicas. Ser funcionario público en la Europa periférica se ha convertido en todo lo contrario a lo que yo escuchaba cuando aprobé mi primera oposición: una especie de lotería que te va tocando poco a poco durante toda la vida; esto ocurría cuando la “garantía del Estado” cotizaba en máximos históricos; ahora lo que le están tocando a los funcionarios son sus partes pudendas a cuatro manos, y los estados son los paradigmas de las bancarrotas. Ahí tenemos a Grecia, que ya va por suprimir las pagas extraordinarias y eliminar 150.000 empleos públicos.
martes, 28 de junio de 2011
Las barbas griegas
martes, 21 de junio de 2011
Querétaro
Esto de las votaciones cibernéticas y libres tiene sus riesgos, siendo preciso cambiar el sistema cuando el resultado previsible se aleja de los gustos de quien organiza los eventos. ¿Se acuerdan de cuando salió elegido para Eurovisión Rodolfo Chiquilicuatre e hicimos en el continente el ridículo más espantoso? Bien, pues este año la palabra española más hermosa es “Querétaro”. Es ocioso hacer la salvedad de que esa palabra no es española, y ni siquiera figura en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Al parecer es una expresión indígena de origen purépecha que significa “lugar de peñas”. Cuando se supo la elección de esta palabra, para afianzar el resultado imprimiendo más tintes de belleza, se dijo que Querétaro significaba “isla de las salamandras azules”, lo cual es un camelo monumental. Si quieren que les sea sincero, lo que más me gusta de esta palabra es que allí marcó Emilio Butragueño cuatro de los cinco goles que le endosamos a Dinamarca en el mundial de México, hace un cuarto de siglo.
Es verdad que “Querétaro” tiene una cierta musicalidad, como todas las esdrújulas, y no tengo nada en contra de su elección, sino del sistema en sí, que no garantiza la universalidad que la ocasión requiere. No dudo que sea una bella palabra y en aquel estado mexicano estarán justamente orgullosos, pero se trata de un topónimo de uso inexistente fuera de su entorno geográfico que nunca hubiera sido designada como la más bonita del idioma que usan quinientos millones de hispanohablantes sin la propuesta y el padrinazgo del actor mexicano Gael García, cuyo país tiene, por cierto, ciento diez millones de votantes potenciales. A mí me parece que hay otras esdrújulas igualmente bellas y sonoras: oropéndola. No sé por qué siempre me ha gustado la palabra “gaznápiro”. Es la que yo hubiera propuesto y esa sí viene en el diccionario.
martes, 14 de junio de 2011
Reflexión sobre la longevidad
Hace un par de meses se celebraba con varios actos el centenario del nacimiento de Carlos Callejo, mi progenitor, al que tal vez recuerden todavía haber leído hace cuatro décadas algunos veteranos asiduos de la prensa regional extremeña. La ocasión ha permitido desempolvar fotografías en tono sepia y desmenuzar épocas cuyo recuerdo ya no está en el repertorio de casi ningún mortal de ahora. Tal es el implacable mandato del transcurrir del tiempo, que solo algunos privilegiados pueden permitirse transgredir, hasta el punto de celebrar su propio centenario en vida. Esto ha estado a punto de ocurrir con Ernesto Sábato, que se nos ha ido cuando se preparaba en el mundo de las letras hispanas la fiesta de sus 100 años. Y en Grecia, que ahora ostenta el récord de centenarios cobrando la pensión después de muertos como hubiera hecho el Cid de haber existido entonces Seguridad Social.

martes, 7 de junio de 2011
Ídolos muertos
Siendo adolescente, cuando contemplaba a mi padre escuchar con embeleso los tangos de Carlos Gardel que emanaban de aquellos viejos vinilos, me peguntaba cómo sería eso de venerar para siempre la música de un muerto. Era claro que mucha debió ser la celebridad y el prestigio del cantante para adornar el recuerdo de sus fans con semejante aureola de eternidad. Eran para mi generación años triunfales de apego a lo real, con poca experiencia todavía en cosas finiquitadas; hablando de música, bastaba con echar un duro en aquellas añoradas máquinas y observar expectante cómo el mecanismo llevaba hasta la aguja el disco seleccionado. Y Lorenzo Santamaría, Luis Eduardo Aute o Serrat se encargaban de extender los acordes que aderezaban y envolvían nuestros sueños de juventud con ese débil apoyo en el giro de un vinilo.

Escuchar la música de un autor desaparecido es como contemplar largamente la fotografía de un antepasado. La nostalgia, que es el color sepia del pensamiento, no llega nunca a disolver los posos de impotencia que ponen de manifiesto esa inmarcesible verdad de que las cosas no tienen vuelta atrás. Tan solo Camilo Sesto parece haberse rebelado contra esta certidumbre, y ha decidido momificarse en vida, desafiante, para tratar de vivir en un mundo que ya pasó.
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