Parecía que la globalización era un fenómeno deseable que al fin rompía fronteras para extender el progreso por todo el orbe, pero de momento solo hemos visto que se globalicen los aspectos negativos: las epidemias, las mafias, los virus informáticos, los conflictos bélicos y las crisis económicas. Ser funcionario público en la Europa periférica se ha convertido en todo lo contrario a lo que yo escuchaba cuando aprobé mi primera oposición: una especie de lotería que te va tocando poco a poco durante toda la vida; esto ocurría cuando la “garantía del Estado” cotizaba en máximos históricos; ahora lo que le están tocando a los funcionarios son sus partes pudendas a cuatro manos, y los estados son los paradigmas de las bancarrotas. Ahí tenemos a Grecia, que ya va por suprimir las pagas extraordinarias y eliminar 150.000 empleos públicos.
Mientras esto ocurre, ciertas empresas privadas mantienen y aumentan los bonus no solo a los directivos, sino a cualquier chisgarabís que escenifique su sumisión a esa “filosofía de la empresa” solo centrada en la cuenta de resultados. ¿Cómo no va a haber indignados? Los habrá por doquier, y cada vez más en tanto en cuanto estos desequilibrios sigan siendo patentes. La crisis hay que pagarla entre todos. Los sindicatos se ven abocados a comulgar con ruedas de molino patronales, echando por tierra los logros cosechados en más de cien años de lucha que costó hasta la vida de algunos antepasados. Y cada vez que dicen eso de que España no es Grecia, más lo ponemos en duda en nuestro fuero interno (allí no llegan al 21% de paro, que "disfrutamos" nosotros). En el siglo pasado había un dicho popular: pasar más hambre que un maestro de escuela. Pues bien, es como si un gigantesco péndulo de Foucault nos estuviera situando de nuevo en regiones de estrechez tras un ciclo de varias décadas oscilando por la abundancia y esbozando aquello que dio en llamarse "estado del bienestar". Sabemos que en el transcurso de una vida hay golpes de fortuna y asumimos que si vienen mal dadas podemos pasar de caballo a burro; pero somos incapaces de admitirlo cuando esto sucede tras dos o tres generaciones y además nos toca a la nuestra estrujar y recortar todo lo conseguido. Se diga lo que se diga, Grecia es nuestra referencia, y esto parecen haber asumido los nuevos gestores que toman ahora posesión de sus estrados y cargos públicos para poner todos los parches habidos y por haber antes de las infectadas y sangrantes heridas que se avecinan porque solo hay una manera de hacerlo. Ya lo dijo Franklin: quien compra lo superfluo no tardará en verse obligado a vender lo necesario. Los griegos venderán sus puertos y todo lo que puedan para pagar lo que deben; nosotros hemos empezado por los aeropuertos y las loterías. Llevamos el mismo camino, padecemos el mismo mal. Preparemos el remojo para nuestras propias barbas.
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