Esto de las votaciones cibernéticas y libres tiene sus riesgos, siendo preciso cambiar el sistema cuando el resultado previsible se aleja de los gustos de quien organiza los eventos. ¿Se acuerdan de cuando salió elegido para Eurovisión Rodolfo Chiquilicuatre e hicimos en el continente el ridículo más espantoso? Bien, pues este año la palabra española más hermosa es “Querétaro”. Es ocioso hacer la salvedad de que esa palabra no es española, y ni siquiera figura en el diccionario de la Real Academia de la Lengua. Al parecer es una expresión indígena de origen purépecha que significa “lugar de peñas”. Cuando se supo la elección de esta palabra, para afianzar el resultado imprimiendo más tintes de belleza, se dijo que Querétaro significaba “isla de las salamandras azules”, lo cual es un camelo monumental. Si quieren que les sea sincero, lo que más me gusta de esta palabra es que allí marcó Emilio Butragueño cuatro de los cinco goles que le endosamos a Dinamarca en el mundial de México, hace un cuarto de siglo.
Es verdad que “Querétaro” tiene una cierta musicalidad, como todas las esdrújulas, y no tengo nada en contra de su elección, sino del sistema en sí, que no garantiza la universalidad que la ocasión requiere. No dudo que sea una bella palabra y en aquel estado mexicano estarán justamente orgullosos, pero se trata de un topónimo de uso inexistente fuera de su entorno geográfico que nunca hubiera sido designada como la más bonita del idioma que usan quinientos millones de hispanohablantes sin la propuesta y el padrinazgo del actor mexicano Gael García, cuyo país tiene, por cierto, ciento diez millones de votantes potenciales. A mí me parece que hay otras esdrújulas igualmente bellas y sonoras: oropéndola. No sé por qué siempre me ha gustado la palabra “gaznápiro”. Es la que yo hubiera propuesto y esa sí viene en el diccionario.
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