He aquí dos palabras a las que el abuso demagógico despoja de su significado original. Si repetimos monja, monja, monja, acabaremos diciendo jamón. Los clichés que uno se puede formar al respecto son diversos. Para muchos la sanidad pública es ir al ambulatorio a por recetas; para otros es sinónimo de lista de espera, incluso para algunos es un concepto inédito y vacío porque la identifican con la sanidad de los pobres y los inmigrantes, ya que ellos costean seguros de salud privados y prefieren una consulta con televisión e hilo musical, algo que, ciertamente, es absolutamente respetable.

Yo les digo a ustedes que no sabemos lo que tenemos. Es verdad que el sistema, por su universalidad, mantiene deudas con proveedores y adolece de capacidad para ser más ágil en la asistencia, y últimamente se están cargando las tintas en estos extremos, tal vez para justificar determinados cambios después, porque no hay dinero para mantenerlo tal como está. Pero el fraude fiscal sigue siendo del 23% del PIB mientras la sanidad representa el 6%. Miren qué cerca están las perras.
Mientras banqueros sin escrúpulos se van a su casa con los bolsillos llenos, flota en el ambiente la intención de meterle mano decididamente a este sistema sanitario aduciendo necesidad de recortes para aminorar el déficit, como si la salud pública tuviera que ser un negocio. Si hay que volver a las barricadas para evitarlo, allí estaré yo con mi marcapasos.
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