He aquí dos palabras a las que el abuso demagógico despoja de su significado original. Si repetimos monja, monja, monja, acabaremos diciendo jamón. Los clichés que uno se puede formar al respecto son diversos. Para muchos la sanidad pública es ir al ambulatorio a por recetas; para otros es sinónimo de lista de espera, incluso para algunos es un concepto inédito y vacío porque la identifican con la sanidad de los pobres y los inmigrantes, ya que ellos costean seguros de salud privados y prefieren una consulta con televisión e hilo musical, algo que, ciertamente, es absolutamente respetable.
Pero de la misma forma que no es lo mismo ojear el folleto de la cueva de Nerja que introducirse en sus entrañas, hay que experimentar el sistema sanitario por dentro para forjarse una idea lo más objetiva posible del servicio público que tenemos en España para salvaguardar nuestra salud, con sus déficits y carencias, pero también con sus virtudes y singularidades. Recientemente no he tenido más opción, en contra de mi voluntad, que ser usuario de su servicio de urgencias, calibrar la dotación humana y material de una UCI, experimentar la asistencia profesional en una planta y, finalmente, someterme a la experiencia de sus especialistas y cirujanos. Prueba superada ampliamente. Y que conste que otras veces también he sufrido colas o retrasos, pero es bueno que usemos esa balanza conceptual que nos permite separar, como el grano de la paja, lo esencial de lo accesorio. Mi convalecencia me permite más tiempo para informarme en Internet de todo lo relacionado con los marcapasos, artilugio bendito con el que he salido del hospital. No pueden ustedes imaginarse cómo en los foros la gente de México o Argentina buscan ofertas en la red para comprar por ahí uno por 7.000 dólares (el sueldo de un año en muchos países) para ver si después se lo pueden poner a su madre en algún hospital que no sea muy caro.
Yo les digo a ustedes que no sabemos lo que tenemos. Es verdad que el sistema, por su universalidad, mantiene deudas con proveedores y adolece de capacidad para ser más ágil en la asistencia, y últimamente se están cargando las tintas en estos extremos, tal vez para justificar determinados cambios después, porque no hay dinero para mantenerlo tal como está. Pero el fraude fiscal sigue siendo del 23% del PIB mientras la sanidad representa el 6%. Miren qué cerca están las perras.
Mientras banqueros sin escrúpulos se van a su casa con los bolsillos llenos, flota en el ambiente la intención de meterle mano decididamente a este sistema sanitario aduciendo necesidad de recortes para aminorar el déficit, como si la salud pública tuviera que ser un negocio. Si hay que volver a las barricadas para evitarlo, allí estaré yo con mi marcapasos.
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