Vista la repercusión que está teniendo el
bochornoso espectáculo presenciado en los prolegómenos de la final de la Copa
del Rey de fútbol, parece que las opiniones se polarizan en los bandos: los que
consideran esa pitada al himno nacional como una afrenta inadmisible,
susceptible de ser castigada usando todos los mecanismos judiciales posibles, y
por otro lado quienes mantienen que solo estamos ante una manifestación de
desacuerdo avalada por la libertad de expresión que no tiene mayor importancia.
Recordemos que ya en una ocasión el juez Pedraz de la Audiencia Nacional zanjó
un caso idéntico amparándose en esa libertad de expresión, no encontrando nada sancionable.
Es posible que no exista apoyo legal para
juzgar a los responsables. Nadie pide que la gente se ponga una mano en el
corazón al escuchar el himno, pero, hombre, seamos objetivos. Recibir al Jefe
del Estado y al himno de la forma en que
se hizo el otro día es síntoma de una
total falta de cultura y educación. Pero esto no es ninguna novedad en nuestra
querida piel de toro. Ser grosero e intolerante sabemos que “mola” en muchos
ámbitos de la vida social, y quienes silbaron al himno consideran su actuación
“un punto” que les permite incluso presumir de haberlo hecho ante sus allegados.
La intolerancia, lejos de censurarse, se ha convertido en un valor en
determinados medios sociales. Es triste, pero es así. Mirando al exterior, es cierto que hay ya
algunos conatos, sobre todo en Escocia, donde se pita al “God Save the Queen”.
Pero
es frecuente que los propios jugadores comparezcan ante la afición para pedir
respeto. Aquí los futbolistas se escabullen, incluso algunos nada sospechosos
de separatismo: el propio Andrés Iniesta, héroe de la selección que lleva el
escudo de España, no se atreve ahora a mojarse por temor al “qué dirán” de él
los catalanes, no sea que lo tachen de “patriota español”, una deshonra
insufrible. Esta manifiesta cobardía recuerda un poco cuando nadie se atrevía
en el país vasco a censurar a los terroristas. Desde el mundo del fútbol, solo
a Vicente del Bosque hemos oído pedir respeto.
La final nos dejó otras perlas. La sonrisa
estúpida de regocijo de Artur Más, contemplando desde el palco el Nou Camp, al
que veía como una especie de “mini diada” en las mismas narices del Rey de
España. También se reía durante la pitada el enano Messi, que tiene la facultad
de transmutarse en gigante sobre el césped. Y la teoría del tuerto catalán: “si
nos dejaran ser independientes no se pitaría el himno de un país extranjero”.
Mentira: esto de pitar los himnos se nos da muy bien, recuerden que en 2012 en
un partido contra Francia en el estadio Vicente Calderón también se recibió a
“la Marsellesa” con otra monumental pitada, quedando la afición española como
una de las más irrespetuosas y majaderas, ya a nivel internacional.
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