La dimisión de Esperanza Aguirre de sus
cargos directivos en el Partido Popular es
“rara avis” dentro de la política española, donde el apego a los
sillones hace que se prefiera ser cesado indignamente a marcharse con vergüenza
torera. Ella misma ha dicho que hacen falta gestos. Es decir, que su propio
gesto es un aviso a navegantes que bogan en naves de la misma flota.
En realidad creo que también sobran muchos
gestos, porque en demasiadas ocasiones se están convirtiendo en pobres sucedáneos
de lo que debería ser un verdadero debate, que está ausente por la rigidez de
los posicionamientos y la incapacidad manifiesta de abandonar posturas
maximalistas.
Últimamente se han desempolvado los “pactos de la Moncloa” para
argumentar la necesidad de dialogar constructivamente en pos del bien común y
el interés general; pero estamos a años luz de la altura intelectual que
demostraron aquellos políticos de la transición. Sobró el gesto de Rajoy en sus
comparecencias virtuales a través de pantallas de plasma. Era como decir “estoy
pero no estoy”. Cu-cu, tras-tras. Sobró el gesto Pedro Sánchez y su dedo
acusador insinuando (o afirmando) que Rajoy no era decente para ser presidente
del gobierno; Sánchez, líder novel y tambaleante, necesitaba reafirmarse ante
un sector de su propio partido haciéndose el duro aun a costa de cargarse unas
relaciones absolutamente necesarias entre dos formaciones que tienen la llave
de la gobernabilidad. Mensajes. Sobró el niño de teta en el Congreso.
Sobró el
gesto de Mariano Rajoy abrochándose displicentemente el botón de la chaqueta
con expresión altanera y despreciativa mientras ignoraba la mano tendida de
Sánchez. Gestos. Rajoy necesitaba enviar otro mensaje a otro sector de su
partido. Y hablando de mensajes, creo que también sobraron los de “sé fuerte” y
más recientemente “te entiendo”. Sobran los gestos de Podemos compareciendo
colectiva y presuntuosamente como “gobierno” a pesar de ser solo tercera fuerza
política; también es un aviso escenificado a navegantes, esos electores
perdidos en los mares encrespados de una política que ha extraviado
definitivamente la brújula de la sensatez. Y sobra, en definitiva, esa
concatenación de monólogos aislados, que en modo alguno es conversación.
Los gestos
son algo característico de aquellos que
no pueden usar el preciado don de la palabra. Estamos, pues, ante unos verdaderos mudos funcionales que han
perdido la habilidad del diálogo y que con su actuación gestual pretenden que
los ciudadanos vayamos mas allá de su propia escenificación, interpretando o anticipando
lo que nadie quiere, sabe o se atreve a decir.
La política, de esta guisa, se
está convirtiendo en una especie de arte adivinatorio donde los representantes
de los ciudadanos no se expresan con argumentaciones inteligibles, sino que
usan el lenguaje cifrado de la teatralización (eso que ha dado en llamarse
“postureo”), como si fueran mimos de barraca actuando ante un auditorio que
trata vanamente de captar en sus muecas impostadas alguna secreta intencionalidad.
Ya dijo Truman Capote que debido a la escasez de personas inteligentes también son
escasas las buenas conversaciones.
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