jueves, 18 de febrero de 2016

Política gestual



     La dimisión de Esperanza Aguirre de sus cargos directivos en el Partido Popular es  “rara avis” dentro de la política española, donde el apego a los sillones hace que se prefiera ser cesado indignamente a marcharse con vergüenza torera. Ella misma ha dicho que hacen falta gestos. Es decir, que su propio gesto es un aviso a navegantes que bogan en naves de la misma flota.
     En realidad creo que también sobran muchos gestos, porque en demasiadas ocasiones se están convirtiendo en pobres sucedáneos de lo que debería ser un verdadero debate, que está ausente por la rigidez de los posicionamientos y la incapacidad manifiesta de abandonar posturas maximalistas.
Últimamente se han desempolvado los “pactos de la Moncloa” para argumentar la necesidad de dialogar constructivamente en pos del bien común y el interés general; pero estamos a años luz de la altura intelectual que demostraron aquellos políticos de la transición. Sobró el gesto de Rajoy en sus comparecencias virtuales a través de pantallas de plasma. Era como decir “estoy pero no estoy”. Cu-cu, tras-tras. Sobró el gesto Pedro Sánchez y su dedo acusador insinuando (o afirmando) que Rajoy no era decente para ser presidente del gobierno; Sánchez, líder novel y tambaleante, necesitaba reafirmarse ante un sector de su propio partido haciéndose el duro aun a costa de cargarse unas relaciones absolutamente necesarias entre dos formaciones que tienen la llave de la gobernabilidad. Mensajes. Sobró el niño de teta en el Congreso.
Sobró el gesto de Mariano Rajoy abrochándose displicentemente el botón de la chaqueta con expresión altanera y despreciativa mientras ignoraba la mano tendida de Sánchez. Gestos. Rajoy necesitaba enviar otro mensaje a otro sector de su partido. Y hablando de mensajes, creo que también sobraron los de “sé fuerte” y más recientemente “te entiendo”. Sobran los gestos de Podemos compareciendo colectiva y presuntuosamente como “gobierno” a pesar de ser solo tercera fuerza política; también es un aviso escenificado a navegantes, esos electores perdidos en los mares encrespados de una política que ha extraviado definitivamente la brújula de la sensatez. Y sobra, en definitiva, esa concatenación de monólogos aislados, que en modo alguno es conversación.
     Los gestos  son algo característico de aquellos que  no pueden usar el preciado don de la palabra. Estamos, pues,  ante unos verdaderos mudos funcionales que han perdido la habilidad del diálogo y que con su actuación gestual pretenden que los ciudadanos vayamos mas allá de su propia escenificación, interpretando o anticipando lo que nadie quiere, sabe o se atreve a decir.
La política, de esta guisa, se está convirtiendo en una especie de arte adivinatorio donde los representantes de los ciudadanos no se expresan con argumentaciones inteligibles, sino que usan el lenguaje cifrado de la teatralización (eso que ha dado en llamarse “postureo”), como si fueran mimos de barraca actuando ante un auditorio que trata vanamente de captar en sus muecas impostadas alguna secreta intencionalidad. Ya dijo Truman Capote que debido a la escasez de personas inteligentes también son escasas las buenas conversaciones.

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