Se acaba de iniciar el plazo para que los
españolitos se confiesen con Hacienda, y es el momento de perfilar contriciones
fiscales que hagan de nuestra declaración un proceso natural donde también se
incluye la aceptación de esa incómoda penitencia en forma de impuestos. Hace unos
años era frecuente observar en la calle ese trasiego precipitado hacia bancos,
gestorías y cajas de ahorro, o a las oficinas de la Agencia Tributaria con los
papeles del PADRE bajo el brazo; pero ya se van desterrando esos trances
presenciales y nuestra confesión anual va teniendo lugar cada vez más en la
intimidad eremita de Internet.
El tejemaneje de esos papeles para con
Hacienda de toda la población ha coincidido con los flujos informativos sobre
los “papeles de Panamá”, esos otros contubernios concebidos precisamente para evadir
impuestos. Claro. La gente se pregunta cómo es posible que la maquinaria fiscal
sea tan potente como para detectar cinco euros de diferencia en nuestra
declaración, pero inservible para descubrir fraudes millonarios durante
décadas. Algo falla. Han tenido que ser los periodistas los que destapen (como
otras muchas veces) este escándalo mientras los mecanismos de inspección de los
estados miraban para otro lado. Está claro que no ha existido voluntad
verdadera de acabar con este escamoteo fiscal de grandes proporciones, y la
prueba de ello es que gran parte de los nombres detectados en paraísos fiscales
son de políticos. Nunca fue tan claro aquello de “quien hace la ley hace la
trampa”.
Mario Conde ha vuelto a ser detenido. Su
paso por la cárcel no ha evitado que rehiciera parte de su imperio blanqueando
el dinero que se llevó a Suiza después de descapitalizar Banesto. ¿Qué
controles han existido? ¿Por qué no devolvió lo robado? ¿Por qué seguía
disfrutando de fincas y chalets? Francisco Paesa, aquel que fue incinerado en Tailandia
ha resucitado también en Panamá, constituyendo este episodio el argumento para
una comedia de Arniches. ¿Dónde están los 1.700 millones de pesetas que se
llevó Roldán? Porque tampoco su prisión ha servido para que fueran devueltos.
Ni los papeles de Bárcenas ni su privación de libertad han servido para
recuperar todo lo sustraído ilegalmente. Hasta el Dioni se ha mofado de la
justicia porque nunca aparecieron 150 millones que él dice que se gastó en
putas en Brasil. Y estoy seguro que los Pujoles se irán de rositas con la
historia de la herencia.
La indignación popular de quienes destinan
un sustancioso porcentaje de sus ingresos a contribuir con impuestos al
crecimiento del país lleva frecuentemente a decir “a la cárcel con ese tío”.
Pero está demostrado que la cárcel no es suficiente. Hemos magnificado la
prisión como escarmiento extremo y definitivo cuando para estos chorizos de
guante blanco solo es un trámite para dar apariencia de castigo y limpieza de
pasado, pero seguir delinquiendo después sin sospecha. Ni se rehabilita el
drogadicto ni el evasor de fortunas. Entonces ¿qué hace falta? ¿Más leyes?
¿Votar a “la nueva política”? Se admiten sugerencias.
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