jueves, 21 de abril de 2016

Respuestas a Basilio



     “La forja de un rebelde” de Arturo Barea, representó para mí una lectura cruda  para entender la sociedad española de principios del siglo XX. Pero si no les apetece el relato áspero de lo bárbaro donde se fabrican los descreimientos  de una vida abrupta, sino que prefieren sumergirse en ese remanso de calidez y pureza donde el tiempo transcurre con la gozosa frugalidad que imprimen las pequeñas cosas, si quieren saborear cada línea con el deleite de un niño que se recrea comedidamente en su golosina, entonces les sugiero que asistan mejor a la forja de un poeta.
Basilio Sánchez
   En “La creación del sentido” (Pre-textos, 2015), Basilio Sánchez usa como nadie la poesía en prosa para llevarnos a la reflexión y a la búsqueda de esa trascendencia olvidada que anida en el silencio de los recuerdos, porque “una gota de agua en la memoria es del tamaño de una ola pequeña”. Es un libro para imitar los pasos del autor aplicando su introspección a nuestra propia experiencia, aunque descubramos –seguramente con un cierto naufragio- que en nuestro devenir no se ha forjado poesía sino otras cosas…
     Basilio Sánchez, reputado poeta cacereño y narrador sublime como este libro demuestra, fue compañero de colegio de este modesto columnista, y llegamos a compartir algunas aventuras de campo por nuestra afición a la arqueología, ya en ese tránsito paulatino de la niñez a la pubertad. A ello hace referencia en el capítulo donde rememora sus inclinaciones infantiles por la magia incitante de lo antiguo, llegándose a preguntar en referencia a mi persona “¿qué se siente jugando en los jardines entre basas y fustes de columnas, sobre las inscripciones de las lápidas?, ¿qué pensamientos rondan por la cabeza de un muchacho que se pasa las horas en el despacho de su padre entre carpetas y mapas topográficos, entre libros de arqueología e historia, de astronomía y de botánica?”.
Estas cuestiones me han hecho divisar de otra manera mis arcaicos recuerdos, tratando de redescubrir aquellas emociones que la adultez ha ido destruyendo en su atropellado acontecer. Me gustaría responderle a Basilio que experimentaba un infrecuente gozo al identificar  el nombre del emperador Trajano o  de Teodosio frotando con bicarbonato la pátina secular de una moneda romana;
que me perdía en recónditas reflexiones sobre la magnitud del tiempo al contemplar embelesado la impronta mutilada de la mano de un niño paleolítico; que me  sentía como un cowboy proscrito y desubicado al cabalgar a los fríos lomos de un verraco protohistórico;
que vencía mis pánicos atávicos jugando al escondite en un universo extravagante entre hieráticos maniquíes y acechantes sombras columnadas del aljibe árabe. Por ello, el hijo del arqueólogo poseía un cierto hálito de melancolía, ausente en el resto de los niños. No sé si esto último es del todo cierto, y si lo demás constituye forja de algo. O si dotó de algún ignoto sentido a mi vida. Me falta poder describirlo algún día aunque sea sin el majestuoso uso del idioma de Basilio Sánchez.

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