La victoria pertenece siempre
al más perseverante, decía Napoleón Bonaparte. Mariano Rajoy, tras su segundo
fracaso en su investidura para formar gobierno viene manifestando
reiteradamente cuando se le inquiere ¿y ahora qué?: “pues ahora toca perseverar
en el intento”. Puede que mantenerse firme y constante pueda ser identificado
con la perseverancia, pero las cosas no
son tan simples. Cuando esa perseverancia se va convirtiendo en tozudez, cuando
no se cambia ninguna premisa del argumentario ni se deja espacio para un atisbo
de que las cosas se pueden hacer de otra manera, se está más cerca de la
obstinación, y eso ya deja de ser virtud.
La perseverancia en un acuerdo implica otras cosas. Si parecía que Albert Rivera había
conseguido modificar –a regañadientes- algunas actuaciones del PP, todo ha vuelto
a su ser con la designación del ex ministro Soria para el Banco Mundial (finalmente fallida por el clamor dentro y fuera del PP), como
ese zapato que vuelve a hacer daño cuando se le retira la horma. Esto también
es perseverancia en el error. Nadie puede negar que ha sido precisamente Rivera
el que más se ha movido para llegar a acuerdos con fuerzas antagónicas con el
menor menoscabo posible de sus principios. Pero esta falta de perseverancia al
no alinearse con una opción inamovible y buscar puntos de encuentro, poco frecuente en el panorama político
al uso, en España tiene un nombre y un estigma: ser tachado de
chaquetero.
Pedro Sánchez también persevera,
en su “no” rotundo. En este caso su
liderazgo aparece más comprometido que el de Rajoy, tiene que mirar a más
sitios dentro del partido; pero las principales ataduras que sufre le impelen a
seguir impertérrito en su negativa si el escenario es el mismo en el que
persevera Rajoy. Con 170 escaños atados en el pacto PP-Ciudadanos, finalmente hubo
85 “guapos” que impidieron que ese gobierno saliera a flote. Perseverancia. Los
nuevos partidos perseveran en su veto recíproco si tanto Podemos como
Ciudadanos osan formar parte de una alternativa diferente (o incluso en la
misma). Los partidos soberanistas hacen de su perseverancia en la celebración
de un referéndum para la secesión su principal razón de ser, lo cual impide
también que (como sucedió en muchas legislaturas de la democracia) puedan favorecer con su concurso el
advenimiento de alguna alternativa viable que pueda alcanzar votos suficientes
en el Congreso.
Nos estamos cansando de tanta
perseverancia, ya despojada por completo de sus atributos virtuosos y
convertida en simple empecinamiento. Con este panorama las virtudes se
convierten en vicios y las expresiones sublimes se vacían de contenido: sentido
de estado, altura de miras…, porque las buenas intenciones sucumben ante la
terquedad y la intransigencia. ¿Cuál va a ser el final de todo esto? Me da la
impresión de que esta variedad perniciosa de perseverancia se empezará a
resquebrajar desde dentro de los partidos, donde ya hay voces difíciles de
acallar. Las posturas maximalistas y monolíticas emanadas de la rigidez de los
comités federales deben dejar paso a debates más ágiles y realistas, y rescatar
sin estúpidos reparos aquella bella postura de la Transición, hoy tan
arrinconada: ceder con dignidad.
Son muy perseverantes. En el error. Y ¿ceder con dignidad? Para hacerlo hay que tener dignidad. Y de ésta, cada vez tienen menos. Algunos desconocen qué es.
ResponderEliminarPor tu tono veo que somos muchos los que nos estamos hastiando de nuestros "representantes". A lo mejor la Constitución fue demasiado laxa en este apartado de elegir gobierno, dejando al Jefe del Estado con un mero paèl decorativo. De otra manera ya habría gobierno.
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