jueves, 1 de septiembre de 2016

El mapa del tren



  ¿Se acuerdan cuando en bachillerato estudiábamos las antiguas culturas de Mesopotamia y Persia? Recuerdo un mapa en el libro de Historia de aquel área geográfica que se llamaba por su forma “creciente fértil”; allí se inició la revolución neolítica y florecieron prósperas culturas beneficiadas por la influencia del Nilo, Jordán, Tigris y Éufrates. Con esta mirada nostálgica a nuestra época colegial les propongo ahora unos sencillos deberes: tomen un mapa de España y sitúen la punta del compás en Valencia de Alcántara. Dibujen una media luna con una abertura aproximada de 300 kilómetros y verán cómo la línea trazada pasa casi exactamente por las ciudades de Salamanca, Ávila, Toledo, Ciudad Real, Córdoba y Sevilla.
¿Cómo deberíamos llamar a esa elipse así conseguida? Más que creciente fértil deberíamos hablar de menguante estéril, porque esa línea marca con extraña precisión el límite de la alta velocidad, más allá de la cual, como en aquellas cartografías medievales que no se aventuraban en territorios inexplorados, solo podemos hablar de abandono y aridez tecnológica, todavía con algunas vías férreas que datan de finales del siglo XIX. Esa línea delimita un auténtico y propio Lejano Oeste, un Far West surcado por comunicaciones obsoletas y lentas, incapaces de contribuir al progreso ni de generar tejidos proclives al establecimiento de iniciativas industriales.
Y sin motores de desarrollo en un mundo donde prima la celeridad y la inmediatez somos como avionetas viejas que planean en la inercia atávica y heredada de solo naturaleza y patrimonio para ofrecer al exterior, con sus obvios límites.
 

    Sí. En el mapa de la alta velocidad española se visualizan con claridad meridiana las primacías y las postergaciones, los privilegios y los agravios, las ventajas y los menoscabos, como si Extremadura estuviera condenada de por vida a ostentar esa hiriente ultimidad ya casi improntada en nuestra idiosincrasia. Y para la perpetuación de esta maldita filogénesis no ha valido la eliminación de la anterior estructura política, porque seguimos dependiendo de decisiones gubernamentales y por tanto centralistas. Los recursos autonómicos no llegan para estas infraestructuras que además dependen de planes nacionales e internacionales en los que desde aquí es quimérico influir. Ni siquiera con el mismo partido gobernando en Mérida y Madrid, cuando ha sucedido, hemos avanzado gran cosa. Leo lo que llevo escrito y, sin pretenderlo, me recuerda al discurso del ilustrado Juan Meléndez Valdés en la apertura de la Audiencia de Extremadura en 1791, o los artículos de los regenaracionistas extremeños de finales del XIX sobre la realidad de nuestra tierra.


 Hemos tenido presidentes lenguaraces y cojoneros, enfrentados decididamemente al subdesarrollo; versos sueltos o barones de colorido disonante con su estirpe. O presidentes dialogantes y afables en busca pacífica de consensos y racionalidades, pero nada. Ni buenismo ni malismo parecen ser eficaces para hacer olvidar a los que mandan que en toda clasificación alguien debe ocupar posiciones de descenso y que las deficientes infraestructuras tienen que hacer juego con los salarios más bajos.  Nuestro horizonte seguirá siendo inmortalmente la promesa incumplida.

1 comentario :

  1. he seguido los discursos de la investidura del sr. Rajoy e incluso las votaciones de los señores diputados cuando los llamaban a votar, para comprobar que los representantes extremeños estaban allí.
    Me llamó la atención el discurso del sr. Tardá hablando, entre otras cosas, de la tiranía de Renfe y Adif con Cataluña y me extrañó que ningún representante de nuestra comunidad, sea del patido que sea, le invitara a comprobar las bondades de nuestra red ferroviaria. Debe ser que estaban mas ocupados en seguir las directrices de quien les coloca en la lista que a quienes les votan

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