A las puertas del otoño y antes de nada,
como muchos paisanos extremeños debo mostrar mi reconocimiento a la encomiable
labor desarrollada durante el verano por todos los integrantes de los equipos
de extinción de incendios forestales integrados en el Plan Infoex, desde los
altos mandos al último agente. Y un deseo: que este ímprobo esfuerzo, que solo
conocen ellos mismos y quienes han visto de cerca su actuación por haber sentido
las llamas muy cerca de sus pueblos y propiedades, quede fuera del reproche
político, siempre sucio, interesado y partidista; hay fórmulas más nobles de
hacer oposición y si existen ocasiones en las que es necesario unir fuerzas,
esta es una de ellas porque la emergencia no debe tener colores.
Algo sobre la nomenclatura de los causantes.
En el lenguaje informativo, que en ocasiones adquiere la categoría de jerga, se
usa impropiamente el calificativo de pirómano para todo aquel que prende fuego
a algo. El pirómano realmente es un pobre diablo, trastornado mental tipificado
por la psiquiatría, que no calibra el alcance de su acción y que como el
esquizofrénico vive en una realidad deformada. Se calcula que menos de un 1% de
los incendios forestales provocados son debidos a personas con este trastorno.
¿Quién quema el monte? Puede que existan descuidos y negligencias, claro que
sí, pero está la figura del incendiario, ese delincuente sin escrúpulos que
actúa no por un impulso enfermizo, sino planificada y premeditadamente,
consciente del daño que causa, bien para obtener un beneficio o por el afán de
perjudicar intereses. Esto último lo consigue siempre, aunque solo sea en el
esfuerzo de apagar el incendio provocado: cien mil euros de media por hora de
trabajo y poner en riesgo muchas vidas.
Se trata de unos criminales que se
benefician de una incomprensible laxitud del Código Penal en comparación con el
daño causado. Y la falta de ejemplaridad contribuye a perpetuar el problema. Este
verano hemos asistido a la devastación de parte del parque natural de Garganta
de los Infiernos, y otras áreas de alto valor ecológico como, de nuevo, Sierra
de Gata. Les invito a leer los comentarios en redes sociales sobre los
causantes de estos fuegos y la pena que merecerían: hay una extraña
coincidencia en que salieran más que chamuscadas sus partes pudendas. Hay
personas que van a la cárcel porque robaron una bicicleta cinco años atrás o
por usar una tarjeta ajena para comprar pañales. No digo más.
La prevención de los incendios debe ir
mucho más allá de la temporada pre-estival. La educación debe contemplar
urgentemente la concienciación ante esta lacra, de igual forma que se hizo, por
ejemplo, con la educación vial. Está bien ir con los alumnos a visitar el
teatro romano de Mérida, pero ¿cuántos maestros van con sus alumnos a un bosque
quemado? Solo allí puede sentirse en toda su dimensión la congoja de la
devastación, la falta de vida y la soledad silenciosa de algo exterminado,
sensaciones que los niños no olvidan.
No hay comentarios :
Publicar un comentario