Asistimos al inicio del curso universitario,
donde no abundan -que se sepa- las
aperturas doctas en las aulas magnas de nuestros campus para glosar idearios y transmitir
valores. Sí son visibles, por el contrario, filas de jóvenes con maceta de
calimocho en mano intentando tomar las plazas para el botellón inaugural. Llama
la atención que ante la resistencia de las autoridades a estas prácticas en
cumplimiento de la ley, los universitarios protesten diciendo que “se están
cargando la vida universitaria” y “se está perdiendo la esencia de la fiesta”,
como si la vida universitaria consistiera solo en la fiesta y la esencia en ingerir alcohol.
No pretendo ser injusto. El comienzo de
esta nueva etapa en la vida estudiantil conlleva unos protocolos iniciáticos presentes
desde los tiempos de Quevedo; es comprensible que la juventud se desinhiba. La
cuestión puede estar en los límites, porque después vendrá el botellón de
navidad, el de primavera, la fiesta de
las distintas facultades, la de la cerveza, los cumpleaños en los pisos, la
feria… Ya cabría preguntarse en qué lugar queda la cuestión académica y si esta
es la tónica de la Universidad como concepto global; los estudiantes
extranjeros acogidos al programa Erasmus
manifiestan que “los españoles siempre están de fiesta”, lo cual supone
un elemento diferenciador emanado de iguales y por tanto con indudable enfoque
objetivo.
Sería peligroso identificar esta promiscuidad
festiva con la eficacia de nuestras universidades, pero ahí está el dato: solo
tres campus españoles (Barcelona, Autónoma de Madrid y Granada) están entre los 300 primeros del mundo,
atendiendo a distintos criterios de calidad formativa. Y en cuanto a las universidades
españolas, según el proyecto U-Ranking de la Fundación BBVA, la Uex ocupa un
discreto puesto 50 de 61 universidades. Igualmente sería comprometido concluir
que este gris escenario universitario es fiel reflejo de la sociedad en la que
se incardina, pues ninguno saldríamos bien parados. Le echaremos la culpa a la
cortedad presupuestaria.
La Uex dispone de un Secretariado de
Actividades Culturales cuyo cometido, entre otras cosas, es fomentar la
participación de la comunidad universitaria extremeña en la vida cultural de la
región. Pero lo cierto es que, salvo
excepciones a nivel institucional, los universitarios suelen ser inéditos en
foros, mesas redondas y actividades culturales fuera de las aulas. Y ocasionalmente
la asistencia a los cursos y seminarios de la propia universidad son un mero
trámite para la obtención de créditos.
La Universidad como médula del saber y paradigma de la cultura parece
estar en franco repliegue.
El desempleo y las difíciles expectativas laborales,
aun con formación, inciden en la desmotivación ante horizontes confusos. La profusión
de fiestas sería entonces el contrapunto placentero e inmediato de ese futuro
incierto y brumoso. José Luis Sampedro, nada sospechoso de estar enfrentado
ideológicamente con los jóvenes decía que “la universidad con salsa boloñesa,
es la muerte de la universidad. La universidad era un templo de sabiduría,
ahora mandan los financieros y lo que se enseña es saber hacer cosas, pero no
saber cómo son las cosas”. El matiz es definitivo.
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