Es esta una nomenclatura más bien peyorativa
utilizada cuando se habla del ciclo vital de las personas, que yo llamo mejor
“segunda edad”. Porque es frecuente la
alusión a la “tercera edad”, a la “primera infancia”, etc. Se da tácitamente
por hecho que en este intermedio de la vida, por el que todo ser humano pasa
antes de acceder a las etapas seniles, hay poco espacio para el ocio y que es
pronto para que aparezcan necesidades de otro tipo de asistencias, por cuyo
motivo el interés oficial se vuelca en el resto de segmentos poblacionales con
promociones y descuentos. Se olvida que el mantenimiento de esos colectivos
compete en gran medida, precisamente, a esa sufrida segunda edad.
La juventud actualmente se alarga hasta más
allá de la treintena, cuando tiene lugar la emancipación y la autonomía. Es
entonces cuando comienza el plan vital, esto es, la fijación de unas metas, la
existencia de unas expectativas y las actuaciones en busca de los logros que permitan un crecimiento
personal exitoso y hacer realidad las
potencialidades del individuo, cosas que lamentablemente ahora no suelen
cumplirse en su totalidad al existir en la vida variables negativas difíciles de controlar. Todo esto acontece en
la segunda edad, que aglutina durante su duración el final de la juventud y la madurez;
después, en la tercera es ya momento de hacer balance. El desarrollo de la
carrera profesional, la educación y
crianza de los hijos, la asunción de responsabilidades de todo tipo son
una constante en la vida cotidiana al llegar a la cuarentena. Cuarentones y cincuentones soportan
básicamente el sistema impositivo que permite el mantenimiento de otros
importantes colectivos: los jubilados, los parados; o bien servicios, como la
enseñanza pública y la sanidad. En nuestro sistema de reparto (que ya hace agua
con las sucesivas mordidas a la “hucha”), es la segunda edad la que aporta, y
el resto los que reciben. Es la larga época en la que se pagan las letras y se
sufragan las hipotecas. Es la edad en la que se tienen hijos pequeños,
necesitados de cuidados, consejos, orientaciones y gastos a medida que el
tiempo pasa.
Son esos años en los que también se tienen padres mayores,
debiéndose asumir la responsabilidad de conducir sus últimos momentos,
devolviéndoles ahora la dedicación y la ayuda que ellos nos prestaron, por eso
que se llama “ley de vida”. Es la época de la frustración que supone verse con
energías de hacer “muchas cosas” y no poder llevarlas a cabo por falta de
tiempo o de dinero. Tal vez cuando algún día se tengan estos dos requisitos, ya
no existan arrestos o facultades.
Cuarentones y cincuentones han visto
desaparecer ese efímero estado del bienestar que anhelaban antes de poder
disfrutarlo. Cuando esta segunda edad se convierta en tercera verán prolongada
su vida laboral y menguada sensiblemente su pensión. ¿Hay algún programa
electoral que se ocupe de quienes no sean jóvenes, pensionistas, niños, mujeres
maltratadas o parados de larga duración? Pregunto.
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