jueves, 4 de agosto de 2016

Terrorismo y condición humana



    Los  últimos meses han sido horríbilis en cuanto a atentados terroristas, no todos de corte islamista. A los 84 muertos de Niza habría que añadir los más de 250 de Bagdad,  otros  80 muertos de Kabul, por citar solo los de mayor envergadura. Junto a estas masacres situemos en EEUU los sucesos de San Bernardino y la matanza homófoba de Orlando y varios tiroteos de carácter racial contra policías. Añadamos finalmente la masacre de Múnich a cargo de un adolescente perturbado y otros atentados en Alemania y Francia.

   Esta mistura mortífera de salafismo y antecedentes psiquiátricos se ve enriquecida por el contexto hostil propio del yihadismo, que aprovecha  masacres de dudoso origen para atribuirse su inspiración, con lo que se acrecienta el ambiente de inseguridad, ya definitivamente instalado en nuestra sociedad, y que es precisamente el efecto buscado por los extremistas radicales.
     Pero cabría preguntarse el motivo por el cual los perturbados últimamente escogen este modelo de asesinato colectivo para quitarse de en medio, en lugar de esa intimista horca con una nota póstuma a los pies. En algunos se ha detectado adicción a videojuegos violentos, y referentes destructivos no les faltan: no hay más que zapear con un mando a distancia. Recordemos el caso del copiloto del Airbus de Germanwings, que se llevó por delante a otros 227 prójimos. No quisiera entrar aquí en el debate de la proliferación de las armas, pero es un hecho que mientras se pueda adquirir un Kalashnicov por Internet esta guerra la tenemos perdida. Pretendo más bien perfilar el asunto de la tendencia violenta del ser humano, puesta de manifiesto por autores de diferente procedencia científica.
Por ejemplo, Konran Lorenz, experto en comportamiento animal, afirmaba que existe en nuestra especie un instinto de lucha responsable de los actos violentos. Sigmund Freud había definido el instinto de muerte, que orienta el comportamiento hacia la destrucción y la guerra. De hacerles caso, con eso está todo explicado y no hay nada que hacer, salvo resignarse a nuestro mortífero destino.
Pero afortunadamente hay quien piensa que  estamos ante comportamientos aprendidos y no instintivos. Lo que hemos aprendido es en definitiva una cultura: la cultura de la destrucción. Ashley Muntago en su libro “La naturaleza de la agresividad humana”,  postula que los hombres no nacen con un carácter agresivo, sino con un sistema organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un ambiente de comprensión y cooperación. Como psicólogo me adhiero a esta visión y al convencimiento de que es esa cultura letal la que ha subvertido la tendencia natural del hombre.
Un impedimento importante para mejorar nuestro presente es que los cambios culturales y la modificación de entramados de valores requieren mucho tiempo y a veces una revolución. Puede que sea tarde. Pensando en un futuro mejor, nuestros descendientes deberían  leer más libros y cazar menos Pokémon. Más realidad y menos virtualidad. Más raciocinio y menos bazofia. Más contacto y menos aislamiento. Más modelos de vida  y menos de muerte.

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