Luis
Garcés Mantiña, de quien dicen inventó el peinado a raya durante la Guerra
Civil para diferenciar a los fascistas de los rojos en las fiestas, lanzó en
1943 su revolucionario after shave “Varón Dandy”, loción que todavía alcancé a
utilizar en mis primeros estadios semi-imberbes. Era el regalo que se recibía cuando
aún se celebraba el santo o en los Reyes Magos, como heredero frustrante de
aquellos gozosos juguetes que desenvolvíamos no muchos años atrás.
Entonces no se habían desarrollado esas
investigaciones modernas que dicen que el olor del sudor masculino estimula a
las mujeres. El frasco de Varón Dandy, que neutralizaba sádicamente los aromas
autóctonos, formó parte durante algunos años de la escasa impedimenta de aseo
personal que me acompañaba en mis desplazamientos y descansó en la taquilla del
ejército, en unión de un peine de carey, el cepillo de dientes y un tubo
siempre a medias de Profidén.
He recordado aquella gloriosa época de
verdadero ascetismo cosmético hoy al entrar en mi cuarto de baño y contemplar
abatido la invasión de frascos y botes de todo tipo y tamaño que avanzan sin
freno por todos los recovecos imaginables. He sentido un vértigo extraño y me
han entrado ganas de salir corriendo.
Como dijo Napoleón,
las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan
huyendo, porque ls aledaños de la bañera, las repisas y
soportes varios han sido colonizados sin piedad, como plaga de camalote, por un ejército de geles con olor a coco,
aloe vera o plátano; lacas para rizados, acondicionadores de belleza con
keratina, desodorantes, espumas moldeadoras, cremas reafirmantes para cara,
manos o pies con fórmulas anti-edad y omega 6, jabón para zonas íntimas,
regeneradores de piel (de las que debió usar en su día Carlos Floriano), lociones bucales, cepillos de dientes
eléctricos y todo tipo de champús contra la caída, para cabellos secos, grasos,
con fuerza-brillo… ¿qué sería de aquellas cápsulas romboidales para un solo uso
de champú Sindo al huevo? Cada vez más echo en falta la austeridad espartana de
los antiguos cuartos de baño, los de la piedra pómez y la tapa de madera en el WC, donde se tiraba de
la cadena de verdad y que, en el mejor de los casos, disponía de un rollo de
papel higiénico del elefante (otras veces eran trozos del ABC cuidadosamente
cortados y dispuestos en un pincho de alambre), que hacía sentir la reciedumbre
de unos tiempos ásperos donde eran inimaginables todos estos melindres
cosméticos. En aquellos excusados, desprovistos por completo de esta parafernalia
de ungüentos y potingues, uno se desenvolvía mejor y había hasta eco.
El Varón Dandy no tenía subtítulo. No era
un “agua de colonia fresca con notas críticas ligeramente florales y células
nativas vegetales que acentúan la sensación de frescura de tu piel”, ni otros remilgos mojigatos de las modernas
“eaus de toilette”. Parece que lo estoy oliendo. Era el perfume bizarro de una
época intrépida y fenecida donde los palillos de dientes no llevaban
preservativo.
No hay comentarios :
Publicar un comentario