Bastantes años después de la posguerra
española todavía existía contrabando en la frontera hispano-lusa, presente
desde tiempo inmemorial. Las dificultades económicas derivadas de una
agricultura improductiva empujaban a gente humilde a esta actividad,
organizados a veces en cuadrillas que al amparo de la noche cruzaban la
frontera con sus cargamentos. Fue un modo de vida admitido tácitamente a ambos
lados de la Raya y existieron muchas rutas y pasos, algunas de ellas montañosas
situadas en el confín noroeste extremeño, que hemos experimentado el pasado
domingo.
Situados en la pequeña localidad lusa de
Foios, con los aromas montaraces de una mañana espléndida, subimos animosamente
un grupo de setenta caminantes como modernos y despreocupados mochileros,
emulando el trayecto que otrora realizaran asiduamente aquellos contrabandistas
de café o tabaco. La Asociación Deportiva de Montaña Xálima (Ademoxa), de
Moraleja, con sus entusiastas componentes, organizaba esta agradable jornada
senderista en los confines septentrionales y fronterizos de Extremadura. Siempre
me ha cautivado la sensación de transitar por los caminos que antes pisaron
lejanos antepasados, ya fueran bandidos, buhoneros o aquellos románticos
viajeros de la Ilustración. Cruzamos la frontera española para bajar a la
salmantina Navasfrías, feliz topónimo que define a la perfección sus siempre
verdes praderas. Las imponentes sombras de los robledales nos escoltan a ambos
lados de la senda que va abriendo camino en dirección de nuevo a la divisoria
portuguesa rebasando la inexistente raya. Las piernas empiezan a pesar,
presagiando esas molestas pero saludables agujetas del día después, pero
pacientemente nos plantamos en el final de la etapa: Aldeia do Bispo. Hoy hemos
traficado con ejercicio, convivencia y concordia. Y emocionalmente hemos rendido
tributo al recuerdo de aquellos contrabandistas humildes obligados por la
miseria a transgredir las leyes internacionales del comercio.
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