Bastantes años después de la posguerra
española todavía existía contrabando en la frontera hispano-lusa, presente
desde tiempo inmemorial. Las dificultades económicas derivadas de una
agricultura improductiva empujaban a gente humilde a esta actividad,
organizados a veces en cuadrillas que al amparo de la noche cruzaban la
frontera con sus cargamentos. Fue un modo de vida admitido tácitamente a ambos
lados de la Raya y existieron muchas rutas y pasos, algunas de ellas montañosas
situadas en el confín noroeste extremeño, que hemos experimentado el pasado
domingo.
Para
llegar allí primero hay que atravesar el paisaje lunar que supone la zona
arrasada por el fuego hace tan solo unas semanas: esqueletos de pinos y robles
calcinados sobre un suelo pelado y negro en una extensión enorme que introduce
en el horizonte una tonalidad tenebrista en los matices nacientes del otoño. Pero
el verde intenso irrumpe con fuerza subiendo a Valverde del Fresno, arropado
por un impresionante y tupido monte de castaños que dan relevo a pinos y robles
sobre un mar de helechos. La sucesión de estas dos visiones contrapuestas son
un verdadero tránsito de la muerte a la vida, las dos caras de la sierra que
reafirman la magnitud de la barbarie incendiaria y que me hace sentir huérfano
de alguna manera. Todos somos Sierra de Gata. Las crestas erizadas de la sierra
guardan celosamente el ancestral idioma de a
fala en el Val de Xálima. Al este la fortaleza templaria de Trevejo; hacia poniente,
la continuación portuguesa de Serra da Malcata. Estamos llegando a nuestro objetivo de recorrer a pie una de las
rutas tradicionales usadas en el contrabando de la Raya, aquel arraigado modo ilegal
de vida que pervivió hasta languidecer a
finales del siglo XX con la eliminación de las fronteras de la Unión Europea.
Situados en la pequeña localidad lusa de
Foios, con los aromas montaraces de una mañana espléndida, subimos animosamente
un grupo de setenta caminantes como modernos y despreocupados mochileros,
emulando el trayecto que otrora realizaran asiduamente aquellos contrabandistas
de café o tabaco. La Asociación Deportiva de Montaña Xálima (Ademoxa), de
Moraleja, con sus entusiastas componentes, organizaba esta agradable jornada
senderista en los confines septentrionales y fronterizos de Extremadura. Siempre
me ha cautivado la sensación de transitar por los caminos que antes pisaron
lejanos antepasados, ya fueran bandidos, buhoneros o aquellos románticos
viajeros de la Ilustración. Cruzamos la frontera española para bajar a la
salmantina Navasfrías, feliz topónimo que define a la perfección sus siempre
verdes praderas. Las imponentes sombras de los robledales nos escoltan a ambos
lados de la senda que va abriendo camino en dirección de nuevo a la divisoria
portuguesa rebasando la inexistente raya. Las piernas empiezan a pesar,
presagiando esas molestas pero saludables agujetas del día después, pero
pacientemente nos plantamos en el final de la etapa: Aldeia do Bispo. Hoy hemos
traficado con ejercicio, convivencia y concordia. Y emocionalmente hemos rendido
tributo al recuerdo de aquellos contrabandistas humildes obligados por la
miseria a transgredir las leyes internacionales del comercio.
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