Es ya un clamor. Ninguna de las
formaciones a los que los ciudadanos otorgamos nuestro voto el pasado 20-D, se
apea un ápice de la burra de sus planteamientos programáticos, como si
estuvieran atornillados a esa cómoda montura de la intransigencia que les
impide detenerse para el entendimiento.
Ante la evidencia aritmética de que
esta vez es imposible gobernar sin acuerdos, observamos cómo los partidos
políticos, lejos de limar esas asperezas que impiden el pacto, se reafirman con
malos modos en sus posturas antagónicas, haciendo muy difícil reconducir
conversación alguna hacia algo parecido a un compromiso. Hasta ahora solo lo
hemos visto, con números insuficientes, entre PSOE y Ciudadanos, cosa que es de
agradecer en este oscuro panorama de obcecación y sectarismo, aunque más parece
ser una rémora para ser recibidos.
En la última sesión de investidura no
hemos advertido un tono parlamentario educado y favorable a la avenencia, ha
sido decepcionante; solamente se ha
visto cerrar puertas al necesario diálogo mediante descalificaciones y
reproches cruzados, como una continuación de la anterior campaña electoral. No
parecen darse cuenta de que con cada exabrupto están alejando aún más la
alianza que ellos mismos necesitan. El odio parece ser el único fundamento en
el que se asientan las diferencias, o así se desprende de algunas
intervenciones en el estrado y los escaños.
En 1271 los cardenales llevaban tres años
sin ponerse de acuerdo en la elección de nuevo papa tras la muerte de Clemente
IV. Hasta que los habitantes de Viterbo decidieron encerrarlos “cum clave” y
solo les facilitaban pan y agua. Surtió efecto y al poco tiempo eligieron a
Gregorio X. Pues los ciudadanos deberíamos idear una fórmula parecida adaptada
a nuestro tiempo para sacar a nuestros representantes de esa dinámica circular
y tautológica de enfrentamiento estéril. Pan y agua.
Vemos a algunos atrincherados en una
pírrica victoria electoral tan alejada de la placidez de su anterior mayoría
absoluta, con una voluntad genéticamente incapaz de ceder nada para llegar a
acuerdos.
Otros van de “sobraos” para asaltar su cielo por la vía rápida, con
un príncipe maquiavélico que lleva al
pie de la letra aquello de que el fin importa más que los medios, convirtiendo
el Congreso en un “reality show” para jugar con ventaja. Los partidos
separatistas se frotan las manos con este rio revuelto en espera de traficar provechosamente
con sus votos como mercenarios de fortuna. Y en medio de este maremágnum, un
disminuido PSOE, acorralado en una centralidad improductiva, esclavo de sus
afrentas hacia derecha e izquierda, que solo ha podido atraer a la maleable
voluntad de Ciudadanos.
Si a Felipe VI no se le ocurre algo
imprevisible, iremos a un nuevo cónclave electoral que movería poco la
aritmética parlamentaria. El hastío de la ciudadanía y otros 200 millones de
euros en gasto, amén de una nueva e insufrible campaña pondrán la guinda de un
fracaso de convivencia sin parangón en la etapa democrática. ¿Realmente
merecemos esto? Les vuelvo a proponer: pan y agua.
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