Todo esto recordaba yo ahora desde el
balcón de mi alojamiento en Barcelona mientras contemplaba en los edificios
cercanos, como piadosos escapularios el día del Corpus, las banderas esteladas
(bastante ralas por cierto) colgadas en las ventanas aquí y allá. Las había
nuevas, ondeando con sus primigenios vivos colores, incluso todavía con la
señal de las dobleces para su embalaje en algún almacén de China con destino al
Camp Nou para ser regaladas a los guiris y japoneses asistentes a algún evento
del Barça. Otras denotaban en sus apagados colores ya una cierta veteranía a la
intemperie, muestra inequívoca de su participación callejera en las últimas
diadas. Pero sobre todas ellas me llamó la atención aquella que lucía en el
palo mugriento de una escoba justo enfrente de mi apartamento, en una de esas
terrazas vetustas del Ensanche escondidas al viandante que no levanta la vista
porque solo está hecho para ver escaparates. Me recordó el estandarte de aquellos peliculeros Rogers Ranger que desfilaban tullidos y mutilados al son de
un tambor y una flauta, tal era su estado. Su hastío en ondear al viento en distintas épocas y climatologías había hecho que las barras catalanas terminaran por libre en
jirones desvaídos y macilentos, casi transparentes de puro viejo. ¿Quién sería
su dueño? Tal vez algún patriota pionero con barretina, anterior a la
transfiguración de Artur Más.
Recordé entonces las banderas azulgranas en los
balcones de Almendralejo años después de la experiencia futbolística en primera
división, que permanecían impávidas ante la intemperie como en espera de poder
rememorar remotas e irrepetibles gestas. O esa rojigualda que todavía ondea en
una terraza al lado del tendedero y la bicicleta desde la Eurocopa de Luis
Aragonés como tótem premonitorio de
nuevos auges.
Esa estelada
vetusta y harapienta puede ser icono precario de un futuro imposible. O
presagio victorioso y perseverante de una realidad patriótica codiciada. En
todo caso, me da que muchas otras esteladas adquirirán el mismo lustre
mortecino y andrajoso antes de ser blandidas triunfalmente.
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