martes, 26 de junio de 2012

Tomás Pérez, la voz

    
     Cáceres se muere, según rezan carteles en forma de esquelas situadas en las puertas de los establecimientos comerciales del centro de la ciudad. Puede ser una metáfora acertada. Una ciudad puede morir poco a poco cuando vuela la ilusión de ser sede de un evento cultural internacional donde se habían depositado –tal vez- demasiadas esperanzas o cuando se desvanecen en la nada iniciativas de infraestructuras aéreas. Cuando los proyectos de grandes centros comerciales son sustituidos por mercadillos de barrio, cuando desaparecen de su estación centenarias líneas de ferrocarril o centros militares, cuando no hay parkings y los pensionistas ven esfumarse el autobús de su barrio, cuando asistimos al cierre de piscinas públicas y los deprimentes desfiles callejeros de carnaval van recordando cada año al pueblo que fuimos... algo se muere, ciertamente.
     Además de todo esto se ha apagado para siempre la voz que acompañó a los cacereños durante los domingos de muchas décadas para ayudar a construir la idea de ciudad quimérica con el optimismo y la pasión de también, quizás, quiméricos éxitos deportivos. En aquel Cáceres donde el centro neurálgico todavía era la Plaza Mayor (con palmeras), durante mucho tiempo Tomás Pérez fue  para mí “la voz”, como también dijeron de Frank Sinatra. Una voz idealizada a la que tardé en ponerle rostro; pero no hacía falta, porque constituía el placentero sonido de fondo de toda una parafernalia que se iniciaba comprando las pipas cada domingo en el carrillo de “la Quica”; la voz que me acompañaba a la Ciudad Deportiva tras el barrizal del Rodeo, aquel campo de tierra, el marcador simultáneo, el olor a humo de “Farias”. Los banquillos (banquillos de verdad, de madera con cuatro patas) donde se sentaba Camilo Liz o Ángel Humarán. Por algún sitio, como el cuco que expande su canto sin mostrar nunca su cobijo, estaba el dueño de aquella voz encendida y cálida, ávida siempre de llevar a los oyentes radiofónicos el esperado estallido de “¡Goooooool del Cacereño! Podía ser su autor Borrell, Asenjo,  Balciscueta,  Mori,  Manolo o  tantos otros jugadores que a lo largo de los años se enfundaron la heroica elástica verde. Si el equipo jugaba fuera, también tengo el recuerdo de sus narraciones, muchas veces resonando entre encinas con el regusto dominguero de la tortilla de patatas, con el transistor al lado de la caña de pescar. La voz de Tomás Pérez contagiaba el entusiasmo, pero también la indignación de las decisiones arbitrales negativas, los penaltis en contra, las expulsiones... no como esos comentaristas sosos e “imparciales” que más parecen corresponsales de guerra apátridas desplazados a narrar una lejana contienda. No. Tomás Pérez era uno de los nuestros infiltrado en campo rival, y con su voz vibramos y sufrimos los avatares del deporte en una población que, durante lustros,  creía transitar de pueblo a ciudad.
     Con la marcha de Tomás Pérez, a Cáceres, amén de otras cosas, se le ha ido también la voz, como esos viejos aparatos de radio que requieren ser golpeados a intervalos para que funcionen. En algún lugar debe existir un coro celestial que aglutine todas “las voces” que dejaron de resonar aquí: Frank Sinatra, Lucio Dalla, Donna Summer… pero también las de José Luis Pecker, Matías Prats, Andrés Montes; y Tomás Pérez, que interrumpirá eternamente las conexiones para seguir cantando: ¡Gooooool del Cacereño!

        

lunes, 18 de junio de 2012

Rescate encubierto

Hola, queridos y rescatados lectores. Sí, rescatados, porque hemos de desconfiar de las letras gordas que hasta ahora nos han presentado, diciendo que solo se ha pedido “un préstamo” para los bancos con problemas. La nuestra ha sido una intervención atípica, pero rescate al fin y al cabo, por mucho eufemismo que se emplee para no citar un vocablo que nos recuerda a Grecia, Portugal e Irlanda. Y en lo de no nombrar las cosas tenemos grandes maestros: “sabemos lo que hay que hacer y lo vamos a hacer, aunque hubiéramos dicho que no lo íbamos a hacer”, ha manifestado ya más de una vez el gallego. Pues bien, en lo que queda por hacer estará muy pendiente a partir de ahora la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional, pues que nadie crea que esos 100.000 millones de euros (una cifra con once ceros) nos van a salir gratis, por muy ventajoso que sea el tipo de interés al que se refiere el ministro De Guindos.
   La Eurocopa no puede convertirse en la cortina que esconde la verdad. Y la verdad es que ya estábamos intervenidos de facto desde mayo de 2010, en tiempos de ZP. Solo faltaba el dinero que también han recibido el resto de países intervenidos, cuando los prestamistas tuvieran claro que aquí se estaba haciendo la primera parte de los “deberes” impuestos. El fiasco de Bankia ha disparado la necesidad de usar de nuevo el fondo de rescate europeo. Tendremos una troika permanentemente vigilante por videoconferencia con la consiguiente pérdida de soberanía en las decisiones. Así pues, esta “ayuda” vendrá bien a los bancos malos, pero la deuda española se disparará y los intereses acrecentados engrosarán el déficit. ¿Qué hacer para llegar entonces al compromiso adquirido de ese 3%? Aquí viene la segunda parte de los deberes, que ponen de manifiesto que las condiciones no solo van a ser para los bancos, como se nos está haciendo creer. Desgraciadamente sí que habrá contrapartidas para la sociedad en general. Entonces empezaremos a descubrir la verdad que no se está diciendo:
   La subida del IVA, una de las cosas que no se iba a hacer, acabará por tomar cuerpo en breve. Los funcionarios ya se pueden ir preparando con una nueva merma de sus menguados emolumentos, posiblemente en sus pagas extras. Los empleados públicos con contrato laboral e interinos deberán inventarse otra forma de ganarse la vida, pues perderán sus puestos de trabajo sin atisbo de oposiciones en años. Va a ser difícil también que las pensiones aguanten la congelación por mucho tiempo, y terminarán bajando las consideradas “altas” a partir de un cierto importe. La edad de 67 años empezará a aplicarse sin esperar a los plazos que se habían establecido y hasta es muy posible que las prestaciones por desempleo se acorten en el tiempo. Y si estos deberes no fueran suficientes, existirán “trabajillos” para nota: aumento de tasas públicas, peajes en autovías, etc. ¿Quién va a pagar entonces las consecuencias de la nefasta gestión de cajas y bancos y de este “préstamo en condiciones muy ventajosas”? Pues nosotros, los de siempre. Acostumbrémonos a la letra pequeña. Estamos intervenidos y punto; a prepararse tocan. Aunque ganemos la Eurocopa.
(Publicado en "HOY", 12 de junio 2012)

Regreso a la badila

  Un saco de picón vale 4,5 €, con el que se pueden “echar”  unos cuarenta braseros que, bien administrados y sin abusar de la badila, duran el día entero. Sin embargo un brasero eléctrico funcionando en las largas horas de sentada hogareña puede consumir en ese mismo periodo de tiempo unos 250 kilowatios, es decir, 42 euros en nuestra factura eléctrica. En el pasado invierno podríamos haber ahorrado  más de 200 euros solo debajo de las faldillas y sin pasar frío.
       Recortar siempre es posible, pues nos habíamos dotado de unos márgenes bastante amplios de bienestar. La cuestión estriba en decidir, puestos a recortar, de qué podemos prescindir sin menoscabo de una dignidad conseguida a la que no se debe renunciar. Porque subir el saco de picón por el ascensor y usar el soplillo en la salita no concuerda con tener dos coches y consumir un paquete de Marlboro al día. Si pasamos de la esfera doméstica a la pública los planteamientos son idénticos: se pueden eliminar cargos inoperantes, reducir parque de vehículos oficiales, eliminar costosas duplicidades y otros imaginativos etcéteras. Ahora bien, suprimir servicios de atención médica en áreas rurales, cada vez más necesitadas por la creciente población mayor (y por tanto con más dificultad de desplazarse) y deteriorar una atención educativa que todavía no había llegado a vencer las lacras del fracaso y el abandono, suponen un lastimoso regreso a la badila y el botijo, un descenso lamentable a épocas pasadas que no concilia nada con otras medidas adoptadas para salir –al parecer- de la misma crisis. Los ciudadanos no podrán entender nunca cómo todo lo que ahorramos y más (que supone una pérdida de calidad en servicios básicos) puede ir dirigida a rescatar  bancos privados. Algo falla. El economista Juan Torres López opina que hay que romper con el poder de las finanzas privadas y de las grandes corporaciones empresariales y oligárquicas que nos dominan y que son las que nos han llevado a la situación en la que estamos, pues de lo contrario habrá una salida en falso que no eliminará la raíz de lo que está pasando. Y frenar los recortes de gasto público y en general todas las políticas de austeridad que están impidiendo que se regenere la actividad privada y se recobre el pulso económico es una precondición indispensable para que en España se vuelva a crear empleo y para garantizar estándares mínimos de bienestar y protección a toda la población.
     El debate abierto por Hollande sobre menos austeridad y más crecimiento, por tanto, sí es procedente. Corremos el grave riesgo de que aumente el número de congéneres que han regresado ya, sin metáfora, a la badila. Son los que comen gracias a la pensión del abuelo, o los que se acercan a escondidas a los almacenes de Cáritas porque los recortes han contraído de tal forma el sistema que han terminado con sus trabajos. De nuevo en la esfera pública, se está ya empezando a ver un país también mendicante con los últimos viajes de sus mandatarios a pedir ayuda, badila en mano. Se están perdiendo muchas cosas, incluso la dignidad. 
(Publicado en "HOY", 5 de junio 2012)

Autoridad "ligth"

     El desmoronamiento de la imagen del responsable en todos y cada uno de sus niveles es un hecho constatable y del que no hay que echar la culpa a la crisis. Hubo un tiempo en el que los distintos estadíos de mando estuvieron recubiertos con un halo de respeto e integridad, como atributos insustituibles para la correcta marcha de los diferentes cometidos que a sus titulares les era dado acometer. Es un recurso fácil atribuir al miedo el afán cumplidor de las gentes, porque también es tentador asociar autoritarismo y obediencia; pero no en todos los casos este respeto venía dado por un poder coercitivo incontestable. Todos hemos conocido maestros y profesores que se hacían venerar no por el uso de ninguna vara lesiva para los muslos, sino por un singular uso de la mesura, la justicia y el saber. O mandos intermedios en las empresas y la Administración Pública dotados de la racionalidad necesaria para evitar  conflictos en sus centros de trabajo porque anteponían el diálogo y el conocimiento de la casuística laboral a cualquier otro espurio interés personal de trepar por los escalafones.
     Cuando el más alto mandatario del Estado arruina su ejemplaridad marchándose a cazar elefantes invitado por un jeque en el momento en que su país está a punto de ser intervenido, o cuando el mismo presidente del Tribunal Supremo usa su cargo para dilapidar asignaciones públicas en oscuros viajes de placer, ¿qué podemos esperar del jefecillo de turno perdido en cualquier empresa?
     Pero, con todo, el agonizante capitalismo al que asistimos no cabe duda de que se perfila como uno de los orígenes de esta pérdida de credibilidad del jefe en su sentido más antonomástico. El fin social de cualquier empresa –ya venda productos o servicios-está siendo eclipsado por el objetivo primordial de ganar dinero (o de evitar perderlo, que ahora se lleva mucho) y se produce en cascada el fenómeno de situar en cada punto de la cadena de mando a la persona más adecuada para ese fin economicista último, con independencia de sus capacidades humanas o su preparación para el trato con sus equipos. Afortunadamente sigue habiendo jefes íntegros, pero es demasiado frecuente el caso  de personas aupadas a puestos de alguna responsabilidad con muy dudosos principios de igualdad, mérito o capacidad, ni otros atributos que los teóricos del liderazgo apuntan como deseables. De esta forma muchos directivos se han enriquecido escandalosamente, pero han contribuido a dejar su empresa en bancarrota, al faltar otras calidades emocionales no sujetas al dinero, y no hace falta citar ejemplos. Recuerdo que cuando estudiaba psicología industrial, allá en mis años mozos, Edgar Schein denominaba “modelo racional-económico” a esta práctica empresarial que considera al dinero como único incentivo motivante, olvidando que el jefe debe ofrecer ante todo un modelo y animar a los demás a actuar, pero apuntando al corazón, sabiendo escuchar, y no haciendo valer solo su cargo de forma policial para reafirmar una autoridad light que no ha sido capaz de ganarse de otra forma.
)Publicado en "HOY", 29 de mayo 2012)


Escuche, señora Nogales

     Para ser honesto, debo empezar diciendo que cuando leí su nombre como nueva consejera de Educación y Cultura sentí una gran satisfacción. He leído obras suyas y a lo mejor le hace gracia saber que pasé mi niñez en un museo, entre verracos protohistóricos, estelas romanas y cráneos neolíticos. Al fin una persona con una trayectoria intachable en el mundo del estudio y la investigación, independiente, ajena a las luchas partidistas y no envilecida por las bajezas de la política, iba a dirigir los designios de mi región en una faceta tan transcendente como la gestión pública de la cultura y el afianzamiento de las estructuras educativas, tan necesitadas en un territorio esquilmado por el fracaso escolar, el abandono educativo y la fuga de talentos. Ahora estoy empezando a comprender que usted fue la persona adecuada, pero en modo alguno en el momento idóneo. Porque sé que le hubiera gustado hacer otras cosas muy distintas a las directrices que imperan en su parcela, impuestas por su gabinete, que a su vez son impuestas en Moncloa y a su vez en Bruselas. Debe ser altamente frustrante no poder imprimir ideas propias a una alta responsabilidad y convertirse en una simple mano ejecutora de medidas asignadas sin vuelta de hoja cuya única finalidad es cuadrar un presupuesto restrictivo y además tener que dar la cara como responsable. Para este viaje no eran necesarias sus alforjas, llenas de sabiduría y tesón. Cualquier politiquillo al uso, elevado de rango desde una concejalía o asociación de vecinos se pintaría solo ejerciendo y además disfrutando de esas proclamas demagógicas que luego son tan rentables de cara al futuro.
   Escuche, Trinidad. Hoy es jornada de huelga general en la educación pública. Escuche esa creciente combinación de voces y esa marea de camisetas verdes que se aproxima. Abra la ventana de su consejería. No tema. Es bueno conocer el clamor de la calle, imbuirse de la problemática personal de los ciudadanos, saber de sus temores. Porque nada de eso aflora en sus reuniones con el soñoliento ministro Wert, ni en los comités con Monago, el “barón rojo” al que le ha durado muy poco la careta. Escuche, señora Nogales a esos miles de profesores interinos que recorren Extremadura sabiéndose útiles, depositando un poquito de profesionalidad, experiencia e ilusión en cada centro. No quieren engrosar las ya grotescas cifras del paro. Escuche, señora consejera, porque también están ahí los profesores con plaza que quieren seguir reforzando y apoyando a los jóvenes, que quieren una calidad que ahora se pone en solfa. Ahí están, señora Nogales, los padres de los alumnos extremeños, fundidos en el seno de la comunidad educativa, haciendo causa común en contra del deterioro cierto que revelan los recortes anunciados. Y los universitarios, el futuro de nuestra sociedad, que puede ser ahuyentado por las medidas propuestas.
   Señora Nogales Basarrate, usted es una persona rigurosa. Ya no estamos hablando de eliminar lo superfluo. Creo sinceramente que usted no está convencida de que recortando servicios públicos básicos de esta manera se salga antes de la crisis. Y aunque se salga a trancas y barrancas, deteriorando la calidad educativa y el rendimiento de los jóvenes de su comunidad  el precio tal vez no habrá merecido la pena porque habremos seguido empobreciendo lastimosamente la enseñanza y la región, en un círculo vicioso donde estará escrito su nombre. Lo lamento.
(Publicado en "HOY", 22 mayo 2012)



Las miserias de Dívar

     Sobre Carlos Dívar, presidente del Consejo Superior del Poder Judicial (CSPJ) y del Tribunal Supremo, pesa la denuncia de uno de los vocales del alto órgano consultivo,  José Manuel Gómez Benítez, por presunta malversación de fondos públicos, al haberse usado determinadas cantidades para sufragar presuntos viajes privados a Marbella que incluían  cenas de lujo (Hotel Puente Romano, Casino de Torrequebrada o Marbella-Club Hotel Golf Resort & Spa (vamos, que presuntamente no se conformaba con unos espetos de sardinas en El Tintero),  comidas en el restaurante de la piscina, presuntas dormidas en un hotel de Puerto Banús y hasta dejar presuntamente limpio de botellitas el minibar de la habitación. Don Carlos viajaba en AVE, clase club, hasta Málaga donde era recogido presuntamente por tres coches oficiales con siete escoltas para llevar a cabo, hasta veinte veces, estas actividades en fines de semana llamados “caribeños”, es decir, de tres días de trabajo, librando el resto. Se me ocurre la cándida pregunta inicial de ¿cuántos “moscosos” tiene entonces este individuo al año?
     Bien, lo grave de todo esto es que el señor Dívar, al verse imputado por estos hechos ha manifestado que tales gastos son “una miseria”, con cuya afirmación, muy lejos de minimizar su más que previsible culpa, lo que está haciendo es insultar a más de cinco millones de compatriotas que quisieran llevar a sus casas esos 13.000 euros dilapidados trabajando de verdad durante todo un año. A veces, cuando nos referimos a  fondos públicos y presupuestos de tal o cual organismo olvidamos que estamos hablando del dinero que usted y yo hemos puesto en nuestra declaración anual del IRPF, en la retención de nuestra nómina, en la factura del taller, en la gasolina para del Ford Fiesta y hasta en el Farias que nos fumamos el domingo por la mañana. Y lo que esperamos es que tales dineros reviertan en el correcto funcionamiento de servicios e infraestructuras.
     En el diccionario de la RAE se contienen varias acepciones para la palabra “miseria”, y cualquiera de ellas magnificaría el escándalo de la actuación de Carlos Dívar. Me estoy acordando ahora de que en la época de la transición era una preocupación constante el nombramiento de altos cargos en la cúpula militar, pues muchos de los que llegaban por escalafón a merecer esos puestos habían hecho la guerra y estaban imbuidos de pensamientos patrióticos pseudo-golpistas que no encajaban en los engranajes civiles de libertades que se pretendían. Pues ahora mismo, en la nueva transición que nos toca hacia la mesura, puede estar llegando el momento de prescindir de los sinvergüenzas (presuntos) que han fraguado sus carreras en la opulencia, el expolio público y la ostentación que permitieron unas ficticias vacas gordas que ahora pagamos con rebajas salariales, recortes en derechos y servicios, y un empobrecimiento general que presentan como grotescas las noticias a las que hoy me refiero. Recientemente, en nuestra comunidad, y sin esperar más trámites, ha habido tres dimisiones de altos cargos por motivos infinitamente menores a los atribuidos a Dívar, (en todo caso no relacionados con el derroche infame que se pretende erradicar). Veremos  qué hace el jefe de todos los jueces ante el veredicto de  la ciudadanía “indignada”.
(Publicado en "HOY", 15 de mayo 2012)