En estos días no tenía que viajar en avión. El sábado, cuando cientos de miles de pasajeros se quedaron tirados en tierra con sus equipajes para el puente, yo estaba plantando alcornoques en el Valle del Alagón a un grado bajo cero, que es una forma un poco prosaica de pasar un puente, pero que reporta extrañas satisfacciones interiores. Por tanto mi ánimo no es el de un viajero despechado proclive a bramar en arameo. Así que cuando he cambiado la azada por el ordenador, me he propuesto buscar algo de objetividad en este follón, convencido de que poderosas razones deben haber llevado a este colectivo a ponerse todos malos a la vez para destrozar el puente a miles de prójimos.
Tengo que decir que tras el análisis de varias páginas Web y blogs propiedad de estas “víctimas” (como se autodefinen los controladores), tan solo encuentro un prolongado pulso con sus patronos de AENA del que casi siempre han salido victoriosos en sus condiciones laborales y económicas hasta que se han encontrado con un gobierno que les corte las alas, y nunca mejor dicho. La señora Merche Canalejo, controladora, afirma que trabajan en condiciones de esclavitud, que según la RAE es el “estado social definido por la ley y las costumbres como la forma involuntaria de servidumbre humana más absoluta”. ¿A cuántos de los cuatro millones de parados les gustaría ser de esta forma esclavos con un sueldo medio de 200.000 euros al año? Se quejan de tener turnos rotatorios. ¿Es que no los tienen los enfermeros o policías locales? Se dan de baja masivamente porque están llegando ya a las 1670 horas estipuladas en convenio. Hay empleados de bancos, agencias de seguros o periodistas que deberían adoptar la misma acción de protesta en el mes de junio por haber llegado ya a ese cómputo. Nadie niega la alta responsabilidad y el nivel de estrés que conlleva esta ocupación, pero por muy legítimas que consideren sus reivindicaciones laborales, los controladores se han equivocado en la forma de hacerlas ver, sencillamente porque nadie se va a fijar ya en sus problemas, sino en los que han causado con su acción desproporcionada. Posiblemente sea ahora el perfil del controlador el más vilipendiado y desacreditado del país. Es posible que el Gobierno no haya estado fino en sus negociaciones con ellos y haya adoptado erróneamente el decreto como vía de regulación, pero es que debe ser difícil negociar con colectivos de “élite” capaces de parar un país en el acto con la inasistencia al trabajo de 200 empleados. Hacía falta ya una cura de humildad inducida.
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