De un tiempo a esta parte, observo, se ha perdido casi por completo la costumbre de insertar alguna inocentada en los periódicos, abandonándose una tradición que marcaba el calendario tal día como hoy. Creo que la razón es sencilla: las noticias de verdad cada vez se iban pareciendo más a las rebuscadas bromas de antaño, con lo cual se perdió el efecto pretendido. O si no, lean: “la OCDE considera insuficiente la edad de 67 años para la jubilación en España, que debía ser al menos de 70 años para garantizar el sistema a medio plazo”. O bien: "el recibo de la luz subirá un 10% el próximo año mientras la renta per cápita se reduce un 5%".
La cruda y real verdad es que hemos venido padeciendo una inocentada permanente desde hace algunos lustros, como si el cómputo del tiempo estuviera guiado por extraños calendarios donde todos los días eran 28 de diciembre. El llamado “estado del bienestar” ha sido la inocentada del siglo; un artificio cruel que ha necesitado más de una generación para caer en el desengaño, donde hemos saboreado efímeras mieles antes de sustentarnos solo con las hieles desnudas de la realidad. La opción de los gobiernos occidentales de prometer beneficios futuros a cambio de votos presentes ha dado resultado solo durante cierto tiempo, mientras parecía sostenerse, en efecto, una sociedad idílica con sus necesidades presentes y futuras cubiertas; el tiempo necesario para que comenzaran a llegar a sus máximos sostenibles los sistemas inflados artificialmente al amparo de lo irreal. Y, claro, con los pinchazos en cadena de todo tipo de burbujas hemos vuelto traumáticamente a esa realidad latente y temida que ahora empezamos a padecer. Se comenzó por la burbuja tecnológica que hundió el Nasdaq como preludio del crack del sistema financiero internacional en el que estamos inmersos, con algunas otras explosiones colaterales, como la inmobiliaria en España. El fin del engaño se llama ahora “reformas estructurales”. Con legiones de parados y pobres, comienzan a hacer “puf” todos los demás sistemas que atendían los enormes gastos sociales generados porque no hay ya ingresos para sostenerlos, como las pensiones futuras. Los funcionarios serán menos y con menos salario. Trabajaremos más tiempo, cobraremos menos jubilación; los universitarios volverán a ser quienes eran antes: los ricos (en Reino Unido ya han triplicado las tasas académicas, y por el mismo camino va Italia). Los parados se quedan sin prórroga. La sanidad y otros servicios entrarán en un proceso irreversible de privatización (ya hemos empezado por los aeropuertos). Y futuros gobernantes adelantan ya, como si tal cosa, que sus medidas “no le gustarán a nadie”. Países como Grecia, que engañaron en las cuentas para entrar en la élite, ven retroceder ahora treinta años sus logros sociales para no ahogarse en el lodo de la bancarrota… Me gustaba coger un periódico el 28 de diciembre cuando decía que la torre de Pisa se había caído. Asocio aquella sonrisa benévola a tiempos crédulos y apacibles.
puede ser algo premonitorio, pero en el fotomontaje la tierra está al revés, ¿cual será la próxima inocentada que nos den?
ResponderEliminarBuenas noches Alfonso, entro sin llamar para decirte que a pesar de todo es el tiempo perfecto para el optimismo. Un abrazo
ResponderEliminarPrimitivo
Me adhiero a vuestro optimismo. Yo también tiendo a hacer de estos días un paréntesis, sobre todo ahora que la realidad no acompaña mucho a ello. Y, a pesar de todo, deseo de corazón un venturoso 2011... con permiso de la crisis!
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