jueves, 4 de marzo de 2021

Cazadores y cazadores

Hace ahora justamente quince años estuve a punto de titular  “Tres tristes tigres”, con el permiso póstumo de Guillermo Cabrera Infante, entonces fallecido recién, un artículo que trataba la sombría peripecia de unos pobres animales abatidos en una finca extremeña, tal vez procedentes del deshecho de algún zoológico, a los que  imaginaba saliendo parsimoniosamente de su jaula para ingresar en la engañosa libertad de un corralón inmundo, donde no siempre un certero disparo acabaría con sus vidas de forma rápida. En aquella ocasión el clic de una cámara digital seguro que generó un cuadro para un pasillo en el que un sonriente señorito con ropa recién estrenada de Coronel Tapiocca posaría con su reluciente rifle mientras depositaba un pie sobre la piel de su presa –cual elefante de Botswana- , una piel apolillada de una presa casi ciega.

     Aquel triste episodio constituyó una vergüenza para los integrantes legítimos del noble sector cinegético, y yo lo había olvidado totalmente, hasta conocer la matanza de ciervos y jabalíes, en número superior a 500, perpetrada en días pasados en una finca lusa (pero organizada por una empresa extremeña y ejecutada por escopetas regionales), una finca vallada y sin posibilidad de escape para los animales, a los que ahora imagino corriendo despavoridos de acá para allá, espantados por cientos de detonaciones mientras iban cayendo uno tras otro como los palillos que sustentan un puro en una siniestra caseta de ferias. Y ahí están las fotografías de los trofeos, ahora colgadas con orgullo en redes sociales por esos falsos deportistas como muestra de la “hazaña”, que incluso quieren reivindicar como récord para inmortalizar en alguna publicación de “Guinness”.

   Tanto en el episodio de los tigres como en este de los venados acorralados he procurado poner especial esmero  para no mencionar hasta el final la palabra caza, que sería un insulto para los miles de cazadores extremeños o simplemente amantes de la Naturaleza en su estado más incorrupto posible, a quienes deben repugnar estas prácticas que mancillan la nobleza de una actividad que se pierde en la noche de los tiempos. Aunque no practico la caza, conozco a muchos aficionados a quienes no importa venirse un día de vacío, pues la Naturaleza, el azar o la puntería no siempre se alinean convenientemente, como sin duda les ocurría casi a diario a aquellos ancestros prehistóricos de cuya actividad dependía su propia supervivencia. La esencia de la caza debería ser siempre una imitación de aquellas etapas en el sentido más romántico de la expresión, donde se busque una cierta igualdad, respeto de la libertad y hábitat de la pieza y se minimice la ventaja de nuestras armas para que exista ese componente de aventura que adereza la actividad cinegética, cosa que no se da en las simples y bochornosas matanzas, que solo consisten en matar. Miguel Delibes decía sabiamente que son cosas compatibles cazar y amar a los animales, autoimponiéndose la moral de no emplear ardides ni trampas, hasta el punto de que abandonaba el campo cuando la caní­cula o las circunstancias meteorológicas hací­an la caza demasiado fácil y la enervaban. Igualito que esta suerte de “cazadores” de Instagram.

 

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