jueves, 4 de marzo de 2021

El síndrome del Biscúter

 

   El primer coche en el que recuerdo vagamente haber montado era uno de aquellos Biscúter, que luego supe no tenían marcha atrás, siendo preciso bajarse y levantar el vehículo dándole la vuelta 180 grados. Esta es la treta usada a menudo por quienes rectifican a destiempo, para hacer ver falsamente que las decisiones que toman solo son un cambio de dirección motivado por la sinuosidad del camino.

    Así que, extrapolando este dispositivo mecánico al comportamiento de las personas, observamos que existe   una implantación contradictoria en las actitudes del género humano. Unas veces las personas o los grupos hacen gala de una labilidad decisoria que desorienta a cualquiera, adoptando conclusiones contrarias a la línea mantenida antes, y otras  cuesta Dios y ayuda plegar velas y desdecirse por el terror que implica quedar en evidencia ante la concurrencia. Es como si la marcha atrás unas veces entrara y otras no. Por ejemplo, ¿se acuerdan de aquello de "OTAN de entrada NO?”, pues fue un exitoso eslogan político  muy útil en las urnas hasta que, una vez cumplida su misión, se convirtió en un gran SI en fondo azul rodeado de estrellitas amarillas que dejó a muchos con la boca abierta.

     La impredecible evolución de la pandemia ha puesto de manifiesto ya numerosos “coitus interruptus” y tanto el gobierno central como otros ámbitos de decisión han tenido que dar también marcha atrás en forma de decisiones cambiantes que desorientan al personal. A nivel nacional ya no se sabe bien si esto sucede por tomar determinaciones precipitadas o es por el hecho de haber dos gobiernos en el Consejo de Ministros (y Ministras), cosa que no había sucedido antes.

   Sea como fuere, un caso especial de marcha atrás lo constituyen las dimisiones que ¡por fin! se han empezado a ver en el suelo patrio, en el momento actual por usar la vacuna fraudulentamente e inmunizarse en su despacho mientras todavía hay médicos de atención primaria, que trabajan con dobles guantes y mascarillas, que no les ha llegado el turno. Sabemos que muchos están ahora mismo callados con el pie en el embrague por si tienen que accionar el cambio de marcha, rezando para que nadie levante la liebre y se sepa que también se han vacunado sin corresponderles. Faltan muchos viales en la caja. La sinvergüencería política tiene muchas aristas, pero nunca imaginamos que llegara al punto de pretender colarse en la fila de los que más lo necesitan usando su cargo: estamos hablando de vidas, y esto es casi peor que meter la mano. Y los que se  han ido, con lágrimas o no (Arturo Pérez Reverte dijo una vez que a la política se viene llorado de casa), lo hacen “con la conciencia tranquila” y sin pedir perdón. Hasta esta tipología de marcha atrás se me antoja fraudulenta. Admitir sin ambages una equivocación y asumir una crítica justa tiene una grandeza que sin embargo casi nadie ejerce. Esquivan cobardemente esa posibilidad porque pesa más el temor de la censura, y buscan justificaciones imposibles. Porca miseria.

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