jueves, 4 de marzo de 2021

Lunes a "juernes"

 

 

     Todavía no había cobrado el primer sueldo, pero lo primero que compré fue un despertador de aquellos de cuerda diaria, a cuyo ruidoso tic-tac el sueño tardó varias noches en acostumbrarse. La patrona de la pensión se levantaba a las siete, pero mi turno de trabajo empezaba a las seis menos cuarto de la mañana. Las calles destilaban a esa hora,  con una acústica abierta,  el eco solitario de mis propios pasos, y los ralos viandantes con los que me cruzaba aquel día no se dirigían al trabajo, sino que aún regresaban a casa con sospechosa parsimonia después de las juergas del sábado noche. Sí, era domingo; pero a mí me había tocado esa semana pleno de jornadas de trabajo. Correos en aquel entonces no podía parar y había que distribuir diariamente, incluyendo fiestas de guardar, la correspondencia urgente, los telegramas y también el Diario SUR en los respectivos casilleros para que llegara puntual a toda la provincia malagueña  a la hora precisa en que los suscriptores mojaban un churro en su café matutino.

   Poco después de esta estampa, que he rescatado de mi memoria en color sepia, llegaron importantes logros laborales. Ya se podían hacer huelgas y demás. Las 40 horas semanales  tomaron cuerpo, cesando aquella sacrílega usanza de trabajar los días de fiesta. El sábado pasó a ser entonces la postrimería jubilosa de la semana de trabajo. Más tarde llegaron las libranzas sabatinas alternas y, finalmente, también el sábado pasó a ser santificado en los convenios como una gozosa ampliación del tercer mandamiento.

   Cuando ahora oigo hablar con insistencia  reivindicando la semana laboral de 4 días no puedo evitar que me invadan sentimientos ambivalentes. Por una parte, como miembro de la clase trabajadora, celebro que el movimiento obrero conserve el vigor que antaño le hizo conseguir la creación de las organizaciones sindicales, la negociación colectiva, la erradicación del trabajo infantil y un largo etcétera. Pero claro, no todo el mundo es asalariado o funcionario.  Lo veo cuando voy al quiosco a por el HOY los 362 días al año que se publica. Lo vemos en la chica de la multitienda  mañana y tarde de lunes a domingo. También lo vemos en la panadería, en el bar donde tomamos café, en la parada de taxis y en cualquier lugar donde, aunque no lo veamos sensorialmente, sabemos que no pueden permitirse el lujo de descansar tres días de siete. Y también lo percibimos en esos pequeños empresarios que todos los meses echan cuentas para tratar de mantener tanto su negocio como los puestos de trabajo de unos empleados que son casi su familia. El mantra de trabajar menos tiempo para que trabaje más gente se me antoja quimérico. No somos Suecia.

  ¿Quieren que hablemos de productividad empresarial? Porque España está a la cola en todos los indicadores de la eurozona, ¿O hablamos de deuda? La española representa el 114% de su PIB. Puedo equivocarme, pero me temo  que esos nefastos parámetros no bajarán precisamente trabajando 4 días a la semana. La que está cayendo con esta nueva crisis económico-pandémica hace que una noble pretensión –pero creo que sugerida a destiempo- pueda parecer una simplista proclama típica de sindicalista liberado.

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