Así llamábamos habitualmente a Fray Luis María Echevarría Elorza, cuyo fallecimiento en Cabra (Córdoba) a los 80 años he conocido con mucho retraso. También respondía al nombre abreviado de "Cheva", pero entre el cruel alumnado, “el Chiva” fue el apodo que encontró acomodo entre el resto de variedades faunísticas que constituyeron el claustro de aquel vetusto Colegio San Antonio de Padua cacereño de la calle Margallo, como una taxonomía de Linneo aplicada a una reserva de especies en peligro de extinción, pues allí también habitaba “el Cabra”, “el Topo”, “el Rana” o “el Pájaro”, ya todos ellos igualmente desaparecidos.
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Fray Luis Echevarría en 2000 |
El Echevarría cambió a los 14 años la azada en su valle natal de Aramayona, junto al caserío alavés de Arraga, por el hábito franciscano que empezó a vestir en el convento extremeño de Fuente del Maestre; fue sin embargo una metamorfosis parcial que no logró esconder sus fornidas manos de aizcolari. Por consiguiente, aquellas bofetadas eran rotundas, envolventes y definitivas, penitencia y liberación a un tiempo, porque no sabía uno por dónde aparecerían, caso muy distinto a los reglazos en la mano de Fray Tomás “el Pastelero”, largamente esperados con la desolada inquietud de un condenado, cuando escuchábamos el repiqueteo de su arma mortífera que hacía sonar por las paredes de los pasillos a medida que se acercaba.
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Colegio San Antonio de Padua. Cáceres 1975 |
Promocionó la pelota vasca tanto entre los demás frailes como entre los alumnos, que nos rifábamos el frontón del colegio en aquellos memorables recreos de los que salíamos con las manos hinchadas, inválidas para coger después el bolígrafo.
Las canchas de baloncesto, junto al padre Felipe, conocieron también su chapela y discurso de voces monosilábicas vascas con su peculiar timbre que recordarán de por vida cientos de jóvenes, ya adultos, que engrandecieron con su ayuda este deporte en Cáceres.
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Luis Echevarría en 2020 |
Esa sensación de indulgencia constructiva hacia alguien que en ocasiones fue enemigo la volví a experimentar cuando un sargento de Regulares me recibió con una patada en el trasero, pero me despidió un año después con un abrazo el día que me dieron la blanca.
El Echevarría representa esa contradictoria estirpe de quienes, a pesar de una rudeza a veces dolorosa para el cuerpo, son sin embargo incapaces de hacer daño en el alma.
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