jueves, 25 de marzo de 2021

¿Qué fue de las mariposas?

 


     Antaño, en estas etapas iniciales de la primavera ya era frecuente que los “canarios” festonearan con su vuelo saltarín los  ejidos de los pueblos, compitiendo con “limoneras” y “almirantes” en la invariable explosión cromática que completaban en el suelo paniquesitos,  margaritas y  amapolas. Pero ahora me asomo a unos prados huérfanos de su planear jubiloso, como si un perverso invierno cálido pretendiera colonizar también las hojas limítrofes del calendario. ¿A dónde fueron las mariposas?

Mariposa arlequín (Zerinthia rumina)

    Siempre se ha dicho que la abundancia de mariposas es un fiel indicador de la buena salud ecológica de un territorio. Según estudios y censos llevados a cabo por los  científicos, el 70% de poblaciones de lepidópteros se ha reducido significativamente en los últimos 30 años, caso parecido al de otros insectos como las abejas, responsables de la polinización de la inmensa mayoría de plantas  necesarias para la alimentación de la humanidad (de ahí los reiterados toques de atención del Banco Mundial). Pero no hace falta remitirnos a investigaciones científicas ni a avisos de organismos internacionales para darnos cuenta de esta regresión drástica en las poblaciones de insectos: cuando salimos al campo es difícil ver un saltamontes, de aquellos que escapaban por centenares a nuestro paso como inquietas gotas de rocío. Lo vemos incluso en nuestro parabrisas limpio tras un largo viaje en coche.

Captura de mariposas. El Barco de Ávila 1967


   En el caso de las mariposas, que llenaron de gozo algunos veranos de mi niñez por la dedicación paterna a su estudio, se apuntan varias causas, lamentablemente de carácter irreversible. Se han observado migraciones sin retorno  hacia el norte de Europa debido al calentamiento global, fenómeno habitual en la historia de la Tierra, como ocurrió con la desaparición en nuestras latitudes de cientos de especies por las alteraciones climáticas derivadas de las glaciaciones. Pero esas variaciones en el clima ahora son causadas por el hombre. También la creciente deforestación, los monocultivos, los incendios y la explotación agrícola intensiva diezman la población de mariposas al desaparecer hábitats y plantas nutricias. Si a ello añadimos el empleo indiscriminado de pesticidas y herbicidas completamos ese cóctel mortífero imposible de eludir.

Mariposas. Dibujo de Carlos Callejo, 1970

   En estos tiempos de pandemia, cuya realidad ha superado por desventura a imaginarios cinematográficos, es inquietante la deriva hacia una distopía donde la ausencia de mariposas es otro grave síntoma de una vida natural cada vez más enferma. Hay quien piensa que las posturas testimoniales no son efectivas para modificar comportamientos, pero yo, mientras pueda, me alejaré de chimeneas humeantes, de concentraciones inadmisibles de CO2, de florestas destruidas por las minas a cielo abierto, de bosques talados y superficies envenenadas.
Sí, me apartaré de ese desarrollo insostenible que a algunos solo parece un mal menor, para refugiarme con las mariposas en los confines de la Extremadura verde de regatos y cascadas donde habitan las “amazonas” y la “ninfa de los arroyos”, disputando a las libélulas la aromática hierba ribereña; subiré a las encrespadas lomas donde aún viven los “podalirios” como altivos guardianes alados de la vida, me adentraré en los bosques umbríos, dominio de los misteriosos satírdos, y caminaré por las sendas soleadas de las cordilleras ajustando mi paso al vuelo tímido de piéridos y “gitanillas”, saludando también con alborozo a todas las melanargias y  meliteas recién eclosionadas, un año más, de la crisálida dormida de mi niñez.

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