jueves, 4 de marzo de 2021

Viejos y nuevos socialistas

   Una famosa frase atribuida al polifacético cineasta Peter Ustinov  dice: “Los padres son los huesos con los que los hijos afilan sus dientes”. Es una verdad inmemorial que los jóvenes no suelen aprender de los consejos de sus mayores, sino de sus propios errores.  Estas evidencias se pueden aplicar  a cualquier ámbito donde intervengan sucesiones generacionales, y los partidos políticos son uno de estos espacios donde existen integrantes pertenecientes a diferentes camadas. Pero aplicar tales evidencias a la política y asumir tranquilamente que es ley de vida, tiene importantes riesgos: las equivocaciones de un gobierno no representan solo un simple tropiezo personal, pues pueden repercutir en el devenir de un país entero y en la vida de millones de personas.

   Esto es serio y quien se dedica a la política tendría que  adquirir obligadamente más perspectiva y no exhibir esa mostrenca prepotencia de mandar callar a los viejos.  Los nuevos socialistas, los que se sientan a negociar (porque es signo de “normalidad democrática”) con una formación heredera del brazo político de ETA, no estuvieron en las capillas ardientes de Enrique Casas, Juan María Jáuregui, Ernest Lluch, Froilán Elespe, Juan Priede, Joseba Pagazaurtundúa, Isaías Carrasco, Fernando Múgica, Fernando Buesa y Vicente Gajate, todos ellos militantes socialistas asesinados con  tiros en la cabeza, crímenes que no ha condenado EH Bildu. La ceguera imberbe de los nuevos socialistas les conduce a no concebir que a los viejos socialistas se les revuelvan las tripas.

   Aunque no todos esos viejos socialistas hicieran el servicio militar y juraran la bandera de España (cosa que no está reñida con ideas progresistas), su concepto de país es considerado caduco por la nueva hornada. Los viejos socialistas tuvieron que estar primero en la clandestinidad y después, desde el gobierno,  batirse el cobre con el terrorismo y con el golpismo. Tuvieron que consolidar la democracia, modernizar las obsoletas estructuras productivas, conseguir la integración en la Comunidad Europea, corregir una inflación del 15%, descentralizar el Estado y desarrollar leyes para alcanzar una sociedad más justa e igualitaria con la universalización de la sanidad, la educación y las pensiones. Quien manda callar a los viejos debería estar al menos equiparado en logros y no a años luz de los mismos.

    Estos nuevos socialistas -o muchos de ellos- nacieron ya en las vacas gordas de la libertad gracias a los viejos; ven “normales” las  crecientes concesiones a los separatistas, aun a costa de anular la esencia unitaria del país que recibieron. No parece importarles sacrificar el castellano como lengua vehicular ni retirar al ejército de ciertos territorios como requisito para obtener unos pocos votos en el Congreso y mantenerse en la pomada. La personalidad histórica se su partido se ha diluido en coalición y el futuro tan solo equivale a “su” legislatura.

 Pero  ojo. Esto se puede romper otra vez. Los viejos socialistas ya les han dicho que el partido no es de quien gobierna ahora. Tiene 140 años y es de los militantes y votantes. Pájaro viejo no entra en jaula. Puede que el tiempo de esos viejos socialistas haya pasado, como dice Adriana Lastra, pero mucho me temo que el de los nuevos también se esté agotando prematuramente. Al tiempo.

 

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